Es el momento exacto para cerrar los ojos y
dejarse llevar. Los sueños y las aspiraciones desaparecen en el mismo instante
en que la luz se va. Sin embargo, no son sombras las que me rodean. Es un halo
de paz brillante y luminoso que remonta la calma como un barrilete. Ya no hay
arriba ni abajo, solo se es parte del todo que me convierte y me revierte. Los
males y las preocupaciones, borradas de un plumazo. Adiós a todo aquello que
aqueja la mente y castiga el alma.
Al cerrar los ojos comienza el viaje hacia
donde se quiera. Yo voy a donde quiero. Sin naves espaciales o ampulosos
vehículos puedo cruzar océanos y galaxias. Recorrer infinidad de millas sin
mover mis pies. Andar por andar. Andar para descansar. No me alejo ni un ápice
de donde estoy y, sin embargo, si me tratan de ubicar no podrán hacerlo. Este
lugar, este mundo que se esconde al clausurar mis ojos, esta hecho del mismo
material que los sueños. Fantasía y aventura. Heroísmo y amor. Pasión y
respeto.
No son las alas la que hacen especial este
vuelo. Alas que parecieran nacer de mi espalda. Ni la velocidad en la que me
muevo. Es, más bien, la posibilidad de ser y hacer. De poder sin temores, de
llegar sin sufrimientos. De sacrificios con premios, de palabras con sustento
en los hechos. Eso es este lugar. Pero,
la condena es eterna, el único instante donde todo es posible es al cerrar los
ojos. Nunca antes, nunca después. Las puertas están siempre abiertas para
volver…
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