Llegué a casa y,
sigilosamente, entré. Parecía como si no quisiera que nadie supiera que había
llegado. Fui directamente al dormitorio. Saque la valija de arriba del mueble y
la puse sobre la cama. Fui tirando ropa, una arriba de la otra, sobre el bolso,
buscaba solo la más liviana y la mayor cantidad que entrara. En mi mente tenia
definido irme a algún país caribeño o de temperatura tropical. Una vez que
termine de juntar y armar todo, lo deje listo al costado de la puerta de
entrada. Seria volver y tomar lo preparado para huir al aeropuerto. Abandonaría
el coche en algún barrio cercano para no despertar sospechas de mi escape al
exterior y el resto del tramo lo haría en los trenes veloces que llevan a la
terminal aérea.
Una vez que termine de
armarlo todo, salí y camine hasta llegar a la esquina pactada. Tenía media hora
de sobra a la hora del encuentro con Rufo. Me dispuse a esperar en una posición
desde la cual podría divisar la llegada y la salida de cualquier persona del
edificio donde vive Dorales. Incluso, dudando de la veracidad de mi secuaz,
había previsto un plan de escape alterno al original en caso de que me tendiera
alguna trampa. No me resultaba del todo confiable la posibilidad de obtener tan
fácilmente una salida a este abismo sin fondo en el que había caído. Apoye mi
hombro izquierdo en un árbol que distaba unos quince metros de la esquina. La
oscuridad que poseen ciertas calles en esta ciudad me daban el abrigo necesario
para no ser visto y, al mismo tiempo, poder verlo todo. Apenas un rato después
de haberme acomodado, alcanzo a ver movimiento en la puerta de entrada del
pródigo inmueble, Dorales salía y abordaba un auto importado negro. Mis dudas
se hicieron mayores, los planes y la exactitud del plan de Rufo no eran
perfectos. Si nuestra victima se fue antes, todo podía indicar que volvería
antes. Ahora era el miedo el que me aconsejaba a actuar. ¿Qué hacer? ¿Esperarlo
a Rufo? ¿Irme y escapar en el siguiente avión que me salvara de los codiciosos
a los que debía? ¿Qué hacer en este caso? Mi mente daba más vueltas que los
satélites que circundan la Tierra. Tenía un torbellino de interrogantes y
ninguna respuesta a todos ellos. Mi suerte estaba echada y ya no podía confiar
en el plan previsto.
Por un instante quise salir
pero, hubo algo dentro de mí que me retuvo en ese lugar oscuro. Ese segundo de
cavilación fue mi salvación, en ese momento vi llegar por el otro lado de la
calle a dos hombres vestidos de negro portando sobre sus espaldas grandes
mochilas. Cuando estaban por acceder al edificio pude distinguir claramente a
Rufo. Su peculiaridad y singular rostro seria imposible no reconocerlo. Con él
iba otro cómplice, uno más robusto y grande. Ambos entraron como si fueran
propietarios de algún departamento. Nadie transitaba por el lugar. Unos minutos
después, se vieron las luces del piso de Dorales.
Había sido engañado y, muy
probablemente, habría sido utilizado como chivo expiatorio ante el empresario y
la policía al entrar después de que ellos dieran el golpe. Que me encontraran
en la escena, in fraganti, seria prueba suficiente de que había sido yo quien
entro y robo las joyas y el dinero.
Me urgía violentamente
desde dentro un deseo enorme de entrar y vengarme de estos dos truhanes pero
sabia que no estaba en igualdad de condiciones y, mucho menos, poseía un arma
para intimidarlos. Pero, contaba con cierta ventaja, el tiempo. Rufo sabia que
no tardaría demasiado en entrar y salir con el botín porque yo llegaría en
cuestión de minutos, exactamente veinte. Por lo que podría aprovechar esa
ventaja, tomarlos por sorpresa y arrebatarles lo robado. Así, saldaría mis
penurias y el embustero tendría su merecido. Pero, ¿Qué pasaría si ellos sí
tienen un arma? ¿Cómo haría frente a esa situación? ¿Y si tuvieran mas cómplices
esperándolos afuera? Nuevamente dudaba pero, antes me había salvado por qué no
creer que ahora también. Así que hice lo más sencillo, llame al número de
emergencias. Di alerta a la policía de que había dos personas dentro del
departamento de mi vecino ausente. Sabía que no podría pagar pero, tenía todo
listo para huir. Entre morir y vivir miserablemente, elegía la segunda opción.
Unos minutos después, no
más de cinco, llegaron desde todos los lugares posibles patrulleros y policías
con sus armas aprestas para entrar en acción. Inmediatamente ingresados al
edificio subieron hasta el sexto piso donde encontraron a Rufo y su
colaborador. Estaban en pleno vaciado de la caja fuerte cuando la fuerza de la
ley les cayó encima. Ambos perjuraban que había un tercer integrante, un
apostador moroso que les había vendido el dato. Que él era el autor intelectual
de toda la operación. Nadie les creyó. La autoridad los detuvo y juntos
marcharon a la comisaría donde, todavía, están detenidos.
Yo, por mi parte, no pude
presenciar el espectáculo de verlos encadenados porque me apremiaban las horas para
poder escapar con destino a mi salvación.