sábado, 26 de enero de 2013

Necesidades urgentes... Parte III Final



Llegué a casa y, sigilosamente, entré. Parecía como si no quisiera que nadie supiera que había llegado. Fui directamente al dormitorio. Saque la valija de arriba del mueble y la puse sobre la cama. Fui tirando ropa, una arriba de la otra, sobre el bolso, buscaba solo la más liviana y la mayor cantidad que entrara. En mi mente tenia definido irme a algún país caribeño o de temperatura tropical. Una vez que termine de juntar y armar todo, lo deje listo al costado de la puerta de entrada. Seria volver y tomar lo preparado para huir al aeropuerto. Abandonaría el coche en algún barrio cercano para no despertar sospechas de mi escape al exterior y el resto del tramo lo haría en los trenes veloces que llevan a la terminal aérea.
Una vez que termine de armarlo todo, salí y camine hasta llegar a la esquina pactada. Tenía media hora de sobra a la hora del encuentro con Rufo. Me dispuse a esperar en una posición desde la cual podría divisar la llegada y la salida de cualquier persona del edificio donde vive Dorales. Incluso, dudando de la veracidad de mi secuaz, había previsto un plan de escape alterno al original en caso de que me tendiera alguna trampa. No me resultaba del todo confiable la posibilidad de obtener tan fácilmente una salida a este abismo sin fondo en el que había caído. Apoye mi hombro izquierdo en un árbol que distaba unos quince metros de la esquina. La oscuridad que poseen ciertas calles en esta ciudad me daban el abrigo necesario para no ser visto y, al mismo tiempo, poder verlo todo. Apenas un rato después de haberme acomodado, alcanzo a ver movimiento en la puerta de entrada del pródigo inmueble, Dorales salía y abordaba un auto importado negro. Mis dudas se hicieron mayores, los planes y la exactitud del plan de Rufo no eran perfectos. Si nuestra victima se fue antes, todo podía indicar que volvería antes. Ahora era el miedo el que me aconsejaba a actuar. ¿Qué hacer? ¿Esperarlo a Rufo? ¿Irme y escapar en el siguiente avión que me salvara de los codiciosos a los que debía? ¿Qué hacer en este caso? Mi mente daba más vueltas que los satélites que circundan la Tierra. Tenía un torbellino de interrogantes y ninguna respuesta a todos ellos. Mi suerte estaba echada y ya no podía confiar en el plan previsto.
Por un instante quise salir pero, hubo algo dentro de mí que me retuvo en ese lugar oscuro. Ese segundo de cavilación fue mi salvación, en ese momento vi llegar por el otro lado de la calle a dos hombres vestidos de negro portando sobre sus espaldas grandes mochilas. Cuando estaban por acceder al edificio pude distinguir claramente a Rufo. Su peculiaridad y singular rostro seria imposible no reconocerlo. Con él iba otro cómplice, uno más robusto y grande. Ambos entraron como si fueran propietarios de algún departamento. Nadie transitaba por el lugar. Unos minutos después, se vieron las luces del piso de Dorales.
Había sido engañado y, muy probablemente, habría sido utilizado como chivo expiatorio ante el empresario y la policía al entrar después de que ellos dieran el golpe. Que me encontraran en la escena, in fraganti, seria prueba suficiente de que había sido yo quien entro y robo las joyas y el dinero.
Me urgía violentamente desde dentro un deseo enorme de entrar y vengarme de estos dos truhanes pero sabia que no estaba en igualdad de condiciones y, mucho menos, poseía un arma para intimidarlos. Pero, contaba con cierta ventaja, el tiempo. Rufo sabia que no tardaría demasiado en entrar y salir con el botín porque yo llegaría en cuestión de minutos, exactamente veinte. Por lo que podría aprovechar esa ventaja, tomarlos por sorpresa y arrebatarles lo robado. Así, saldaría mis penurias y el embustero tendría su merecido. Pero, ¿Qué pasaría si ellos sí tienen un arma? ¿Cómo haría frente a esa situación? ¿Y si tuvieran mas cómplices esperándolos afuera? Nuevamente dudaba pero, antes me había salvado por qué no creer que ahora también. Así que hice lo más sencillo, llame al número de emergencias. Di alerta a la policía de que había dos personas dentro del departamento de mi vecino ausente. Sabía que no podría pagar pero, tenía todo listo para huir. Entre morir y vivir miserablemente, elegía la segunda opción.
Unos minutos después, no más de cinco, llegaron desde todos los lugares posibles patrulleros y policías con sus armas aprestas para entrar en acción. Inmediatamente ingresados al edificio subieron hasta el sexto piso donde encontraron a Rufo y su colaborador. Estaban en pleno vaciado de la caja fuerte cuando la fuerza de la ley les cayó encima. Ambos perjuraban que había un tercer integrante, un apostador moroso que les había vendido el dato. Que él era el autor intelectual de toda la operación. Nadie les creyó. La autoridad los detuvo y juntos marcharon a la comisaría donde, todavía, están detenidos.
Yo, por mi parte, no pude presenciar el espectáculo de verlos encadenados porque me apremiaban las horas para poder escapar con destino a mi salvación.

viernes, 25 de enero de 2013

Necesidades urgentes... Parte II



Al salir a la calle mi mente turbada por la propuesta siguió haciendo cálculos inútiles sobre los pocos pesos que podría acumular en las horas restantes. Pensé en pedirles ayuda a mis amigos, a los pocos que todavía no me habían abandonado por mis problemas de adicción al juego. Ahí estaban todos mis males. De ahí nace mi deuda con los usureros y mafiosos que me buscarían a la medianoche para cobrarse lo adeudado.
Camine unas cuadras por Condarco hasta la plazoleta “Héroes de la patria”. Me senté y agache mi cabeza entre las rodillas. Mis manos la sujetaban por la nuca. Pensaba y pensaba, no podía parar de hacerlo. Una y otra vez resonaba en mí la propuesta del extraño. El dinero seria suficiente, pagaría y con mi huida podría recomenzar en cualquier parte del mundo. Europa o México serian buenas opciones, Brasil un idilio no muy lejano por si alguna vez se me ocurriera volver. No, no puedo volver más. Si asumía los riesgos de este arreglo debía poder ser fuerte para dejar la vida que me quedaba en esta ciudad para rehacerla en cualquier otra parte.
Me levante decidido y camine sin rumbo pero, conscientemente, no me alejaba del bar. Iba a volver para aceptar las consecuencias de mis errores. Las deudas se pagan con dinero o con sangre y esa noche no estaba dispuesto a que sea la mía la que corriera por las calles. Anduve casi sin ahondar el pensamiento. Lo poco que transcurría por mi cabeza era que hacer después, como escapar y que pasaría si esto no fuera cierto. ¿Me estarían engañando? Debía asumir el riesgo e ir al encuentro del extraño.
Entre por la puerta de la calle Riobamba y fui directo a la mesa que había ocupado hasta hacia una hora. El extraño todavía estaba allí. Antes de sentarme le hice un gesto al mozo y me senté.  Sin saludarlo y sin dudarlo lo increpé con una pregunta:
-          ¿Cómo debo identificarlo? Un nombre, apodo, algo que sepa que es usted – dije.
-          Sin nombres, le dije. Pero algunos me llaman Rufo – me respondió.
-          Muy bien Rufo, yo soy Elías. Es hora que empecemos a hacer negocios.
-          Solo queda un detalle por ultimar. Esto que acordamos nace ahora y muere cuando quedan divididas nuestras ganancias. Si por esas casualidades, o no, usted o yo, caemos en manos de la ley o los matones de Dorales, siempre actuamos solos. ¿Entendido? – sentenció con otro semblante en su rostro.
-          Muy bien, así será.
Y estrechando la mano cerramos un acuerdo que nos llevaría a la gloria o la muerte.

El relato de la idea de Rufo fue rápido, conciso y sencillo. Básicamente había que aprovechar que por las noches el empresario dejaba solo su piso del Barrio Almendra, el más lujoso de la ciudad, durante poco más de una hora. Además, sus vecinos abandonaban sus viviendas para ocupar unas de fin de semana en la costa. Luego, entrar seria fácil. Mi cómplice me proveería de la llave de entrada y la clave de la alarma. Por lo que una vez dentro, solo tendría que encontrar la caja fuerte y despojarlo de las alhajas y el dinero en efectivo que hubiera adentro. Solo tendría unos treinta a cuarenta minutos para entrar, robar y salir sin que nadie note lo sucedió. Según las estimaciones de mi “asociado”, el monto total a hacerse seria de cuatrocientos mil pesos. Mucho más de lo que necesitaba para cubrir mis deudas por lo que el resto seria útil para renacer en algún lejano lugar.
Una vez que termino con los pormenores y detalles de la operación, se levantó y me dijo:
-    A las diez en punto tiene que estar adentro, yo lo veré en la esquina de Saluzzi y Maggioli para entregarle las llaves y los números. No me falle – dijo mientras se daba vuelta y enfilaba para la calle.
Hice lo mismo, deje dinero en la mesa y salí detrás de Rufo pero con diferente rumbo. Todavía me quedaban dos horas para llegar al lugar pactado, debía armar mi valija y ultimar detalles del robo.

jueves, 24 de enero de 2013

Necesidades urgente... Parte I

En el último rincón del bar, donde apenas toca la luz y el silencio reina, fui a despejar los problemas. Además, le agregue una compañía a la vacía mesa que pase a ocupar, una copa de whisky añejo y con la capacidad de borrar la memoria desde el primer sorbo. El lugar estaba casi vacío. Desde aquí solo veía al dueño del lugar en la barra, una pareja recién ingresada que, tomados de la mano, compartían una bebida y, en el otro extremo de mi ubicación, un hombre que poco se distinguía por la lejanía que nos separaba.
Deje de buscar en derredor a lo que giraba entorno a mí para enfocarme en los dos hielos que flotaban en mi escocés. Era un intento, inútil, de ver que podría hacer para salir del infierno que me abordaba. Un nuevo callejón sin salida a las deudas que debían ser saldadas en cuestión de horas. Deudas para las cuales mi escaso dinero no alcanzaba. La primera idea que surgió del vaivén de mi vaso fue ir al hipódromo, apostar lo poco que cargaba y esperar que algún burro me diera un poco de aire. Era demasiado arriesgado, perderlo todo significaría una sola cosa: la muerte. Bebí un sorbo y el ardor en mi garganta me devolvió a la realidad. El azar no seria salida. Pensé en salir a robar. Atracar al primer hombre bien vestido y con signos de opulencia, llevarlo a su casa y despojarlo de sus riquezas. No, tampoco era salida. Estos tiempos de justicieros me podría enfrentar a la muerte antes de tiempo. Agache la cabeza y volví a ahogarme en el dilema y el miedo.

De repente, como un estallido, resonó sobre la mesa una botella y una copa. Mire violentamente al extraño que, al mismo tiempo, se ubicaba frente a mí. Mientras me miraba encendió un cigarrillo y luego de aspirarlo una vez me dijo entre humo en su boca:
-    Yo tengo la solución a su problema de efectivo.
-    ¿Quién es usted? – pregunte de manera renuente y tratando de no mostrar flaqueza.
-    Digamos que soy un asociado – me dijo – sin nombres ni vínculos que permitan a ninguno encontrar al otro.
-    Pero usted conoce mi realidad y eso hace que su propuesta sea inexistente - repuse.
-    Es cierto. Pero digamos que nuestro vinculo seria netamente por un par de horas donde yo obtengo un beneficio por mi idea e investigación y usted, tiene tiempo para vivir hasta mañana.

Lo que para mi duro unos cuantos minutos, en realidad, fueron segundos. Mis pensamientos abultados generaban descontrol y mayores dudas acerca de lo que proponía este extraño pero, a la vez, era una puerta de salir al funeral que me estaría esperando al salir el sol.
-    ¿Qué idea tiene usted? Dígame – sentencie intentando no perderle pisada.
-    Es simple y exige dos condiciones: la primera es que de lo obtenido iremos en partes iguales y la segunda es que una vez que usted salde la deuda con sus perseguidores se vaya de esta ciudad. Así, sin mirar atrás y solo con lo que pueda cargar en una valija – dijo.
-     Es mucho lo que demanda. ¿Por qué debo irme? – Interrogue.
-    Porque vamos a asaltar a Miguel Dorales, el dueño de la petrolera mas grande. Pero, como usted ya debe haber descubierto, también es un hombre poderoso y con sus influencias usted estaría a merced suya si se queda aquí – afirmó mientras largaba un suspiro de humo.
-    ¿Por qué no se encarga usted? ¿Por qué me lo propone a mí? – le decía entre dudas y miedos.
-    Porque usted necesita el dinero y yo también. Yo no podría hacerlo porque me conocen, saben de mi por lo que seria fácil encontrarme. En cambio, usted es un desconocido y podría lograrlo – dijo.
-    Déjeme pensarlo. En una hora le respondo.
-    No tiene mucho tiempo – dijo mientras se hacia para atrás.
-    Una hora y en este lugar le doy mi respuesta – le dije y salí a la calle buscando aire para poder pensar mejor.