sábado, 19 de marzo de 2016

Pareceres

Al mirar el cielo comprendí que lo grande, a veces, no lo es y lo pequeño es una apariencia. La lejanía es una circunstancia que se salva con el tiempo. Y el tiempo es una medida tan relativa como el bien o el mal. Las cosas suceden por causalidad, la coincidencia es que ocurra luego de tanto buscarlo.
Al llegar se vuelve a empezar, por lo que el final nunca es tal. Siempre se esta volviendo al inicio. Salvo la muerte que es certera y definitiva, todo lo demás puede revertirse. Imposible es lo que se dice y no lo que se cree. Se llega a donde se quiere ir aunque no se conozca el camino.
Nada, ni nadie, es lo que parece. Todos usan las mascaras que mejor se les adaptan para ocultar al verdadero lobo interior. Nadie es cordero. Solo pieles que parecen sonrisas falsas para depredar un instante después. Simulados o auténticos, todos somos mentira y verdad. Al mismo tiempo. Ninguno es quien realmente no quiere ser.
La vida es egoísmo puro. Si mi yo no se satisface con algo, no lo hace. Entonces, para llegar a los demás primero debo contentarme. Cuando llego a ese punto, recién puedo hacer algo por alguien. Porque a mi me enriquece. Porque a mi me hace feliz.

Al mirar el cielo comprendí, que ninguna nube es de tormenta, algunas cargan mas esperanza que otras pero depende de cómo se la juzga. 

sábado, 12 de marzo de 2016

Interrupción

La explosión detonó en cada rincón de la cuadra. Fue rotundo el ruido en ese instante. No se oyó nada más. Ni siquiera el grito seco de la muerte que cubría todo lo que tocaba. Nuevamente, otro estallido. Ya son dos. Uno más, tres. El rugir de la pólvora hace dudar hasta al más valiente.  Temo asomarme, mi instinto de auto-protección me dice que no vea que sucede. ¿O es el miedo que me inmoviliza? Me mantengo cauto y espero a que los ruidos, o sonidos, me digan que sucede. Detrás de la persiana estoy seguro. ¿Lo estoy? Mejor que del otro lado, sin dudas.
Un estampido, una corrida. No sé cuántas personas fueron, si iban o si venían. Fue rápido y estruendoso. No como los disparos. No. Un grito en el vacío y la soledad de la noche parecen despertar a los que duermen. Me acerco más a la puerta y vuelvo a retroceder. El miedo es una cadena pesada que cuesta mover. Una sirena a lo lejos, alguien aviso a la policía. Están cerca. Otra más, pero lejos. Sin embargo, el silencio sigue reinando en el frente de mi casa.
Una nueva descarga, un nuevo disparo. ¿Dónde están las autoridades? La muerte acecha y pisa fuerte en estos momentos. Los ruidos de los móviles parecen confirmar que su llegada es inminente. Segundo disparo, el quinto desde que estoy alerta, y mis piernas sienten el estupor de no saber que sucede afuera. Retrocedo y dudo. Me decido, definitivamente. Debo hacerlo, me aliento. Y  me encamino a la entrada. Me paro a dos metros de la entrada, inflo mi pecho de coraje y avanzo hasta la ventana. Muevo un poco las cortinas y espío.  De a poco miro lo que sucede afuera.  Es cierto, mis piernas parecen temblar pero, me mantengo ahí. La curiosidad es más fuerte. Miro a un lado y al otro. Y ahí está, el espectáculo es formidable. Cinco o seis adolescentes con bombas y banderas festejando no sé qué pero ajenos a las reacciones que corren en mi cuerpo. Cierro la cortina, doy media vuelta y mientras camino a la cama voy recuperando el color, el alma y la tranquilidad.