viernes, 12 de mayo de 2023

Una vieja frase

Hay un viejo libro, que siempre está de moda, que dice que “andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”, esta genialidad puede resumir la simpleza del andar sabiendo que todo sucede en algún lugar. Tiempo y espacio siempre coinciden. En algún punto de la línea de nuestras historias. Quizás no como queremos, pero sí como necesitamos. Y cuando eso pasa, cuando las energías se fusionan se convierten en un volcán en erupción que no deja de producir y producir calor.

El estallido es interno y se refleja en el exterior, se nota la paz que habita en el corazón y la sonrisa que cada día es más grande. Se muestra en la ansiedad contra la paciencia del tiempo en hacer que todo sea como tiene que ser. Sin apurar nada, sino dejando que fluya como lo lava que desborda la montaña. La magia de la naturaleza en dar todo en el momento que debe ser hace que se pueda disfrutar el camino y no el destino. Porque, si lo pensamos bien, el destino es más que nada una excusa ya que el sendero es el que termina haciendo la llegada una verdadera gloria. Si no fuera así, con la fluidez del soltar y que el andar nos haga, seríamos como castores que construyen presas para retener y condicionarían el caminar.

Así, “andando sin buscar” di con un universo tan increíble y único que marcan un antes y un después en todo lo que suceda a partir de ese día. Sin dudas nada volver a ser igual, todo cambió. Se termina el invierno y llega la primavera, las flores muestran sus colores y los árboles vuelven a regalar sombra, los mosquitos y otros insectos empiezan a hacer su entrada en escena y la vida empieza a renacer. Sin ese conjunto el florecer no sería igual, sin esos condimentos todo sería en ambientes controlados y poco reales. Y asi es la vida, sin controles, con fluidez y la sencillez de saber que “andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”.