Hay un viejo libro, que siempre está de moda, que dice que “andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”, esta genialidad puede resumir la simpleza del andar sabiendo que todo sucede en algún lugar. Tiempo y espacio siempre coinciden. En algún punto de la línea de nuestras historias. Quizás no como queremos, pero sí como necesitamos. Y cuando eso pasa, cuando las energías se fusionan se convierten en un volcán en erupción que no deja de producir y producir calor.
El estallido
es interno y se refleja en el exterior, se nota la paz que habita en el corazón
y la sonrisa que cada día es más grande. Se muestra en la ansiedad contra la
paciencia del tiempo en hacer que todo sea como tiene que ser. Sin apurar nada,
sino dejando que fluya como lo lava que desborda la montaña. La magia de la
naturaleza en dar todo en el momento que debe ser hace que se pueda disfrutar
el camino y no el destino. Porque, si lo pensamos bien, el destino es más que
nada una excusa ya que el sendero es el que termina haciendo la llegada una
verdadera gloria. Si no fuera así, con la fluidez del soltar y que el andar nos
haga, seríamos como castores que construyen presas para retener y
condicionarían el caminar.
Así, “andando
sin buscar” di con un universo tan increíble y único que marcan un antes y un después
en todo lo que suceda a partir de ese día. Sin dudas nada volver a ser igual,
todo cambió. Se termina el invierno y llega la primavera, las flores muestran
sus colores y los árboles vuelven a regalar sombra, los mosquitos y otros
insectos empiezan a hacer su entrada en escena y la vida empieza a renacer. Sin
ese conjunto el florecer no sería igual, sin esos condimentos todo sería en
ambientes controlados y poco reales. Y asi es la vida, sin controles, con
fluidez y la sencillez de saber que “andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que
andábamos para encontrarnos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario