Fue un rayo tan fugaz y luminoso
que por unos instantes quede ciego. No veía más que una intensa luz blanca que
luego se convirtió en negrura. Podría haber aparecido cualquier cosa detrás que
jamás lo hubiera visto. Ese destello fue tan intenso que no solo provoco mi ceguera,
también logro que toda una ciudad quedara a oscuras por largas horas. Intente recuperarme
de aquel estallido, volver a ver era lo mas importante. Luego, sin dudas, seria
continuar con mi vida. Me restregué los ojos por un buen rato mientras una
cantidad importante de lágrimas desbordaba mi rostro. Fue inútil. No podía ver
y eso me preocupaba. Nunca había estado tanto tiempo en penumbras. Cerré mis
ojos, intentando recuperar la luz al abrirlos pero fue imposible, seguía inmerso
en las sombras. Mis miedos estaban depositados en que jamás volviera a
disfrutar de la belleza de los colores y la magia del movimiento. Por mi cuerpo
corría la adrenalina lógica que genera el pánico de una situación nunca
esperada.
Hice un nuevo intento
cerrando mis parpados pero, nuevamente, fue inútil. Nada parecía devolverme la visión.
Estaba perdido o, por lo menos, así me sentía. A mí alrededor, mientras tanto,
el mundo seguía andando como si todo hubiera pasado. Para el resto de los
mortales, el estruendo fue el final de los sucesos mientras que para mí, fue el
principio de mis preocupaciones. Mis manos insistieron con rudeza sobre los
ojos buscando acomodar lo que se había salido de lugar. Tampoco consiguieron
resultados positivos. Estaba solo y a obscuras.
Comencé a moverme,
tanteando las paredes que me rodeaban, intentando buscar una puerta o un
escape. Me habré movido unos cien pasos hasta que mi cuerpo chocó de lleno
contra otro. Mientras yo rezongaba e insultaba del otro lado, hubo alguien que
hizo lo mismo. Era una mujer. La suavidad de su voz hizo que mi furia se
aplacara. Sosteniendo mi pesada complexión y las tinieblas que cargaba, me fui
poniendo de pie. Una vez que mis piernas me sostuvieron erguido atine a
disculparme y tendí mi mano para ayudarla. Ella ya estaba de pie, frente a mí. Casi de
casualidad nuestras manos se encontrarnos. Nuestros ojos eclipsados no hicieron
falta para reconocernos en ese momento. Sabíamos que allí estábamos. Tome el
camino de sus brazos hasta llegar a sus hombros. Mis dedos seguían ascendiendo
hasta llegar a su cuello y de ahí a su boca, que ya me sabía a dulzor y
delirio. Instintivamente, ella, hizo lo mismo. Hasta que ambos llegamos a los
ojos. Ella poso sus delicadas manos en mis, ahora, inútiles ojos. Y yo, en los
de ella. Su mano me acaricio con ternura y nuestras bocas se unieron en un beso
interminable. Al separarse, la luz se hizo realidad y las sombras desaparecieron.
Ella estaba ahí, frente a mí. Y yo estaba frente a ella. Lejos de las
tinieblas, cerca del sol.