Afuera el viento suena y sacude a los
desprotegidos. Aquí, adentro, donde el calor es un privilegio y la comodidad un
lujo, la música hace que los sucesos exteriores pasen inadvertidos. Un poco de
blues, un poco de Jazz. Las melodías envuelven el lugar para hacer mas
placentero el atardecer gélido de agosto. El mullido sillón parece ir
comiéndome poco a poco. Como si fuera cayendo en la garganta de alguna bestia
gigante lentamente. Los parpados, pesados como rocas, comienzan a caer lánguidamente.
Apenas veo, como espiando, hacia el fuego que ilumina mi chimenea. En ese mirar
pero sin mirar, mi mente dibuja imágenes y situaciones ideales, pasados poco
afortunados, oportunidades perdidas, éxitos conseguidos. Cierro completamente
los ojos y la imaginación vuela con la música. El cuerpo pareciera flotar. O ya
fui devorado por completo.
Afuera el viento sacude el mundo. Los árboles y
los techos vuelan. Adentro, es un universo aparte. Un limbo que existe solo en
mi mente ¿Sólo en mi mente? Quizás. Quien sabe. La puerta que divide las
realidades tiene dos colores. Uno desde mi punto de vista. Otro desde el caos
reinante más allá de su limite. Todo es más allá de los límites de mi puerta.
Así quiero que sea, así es como elijo que ocurra. Soy creador y destructor de
la paz que existe en estas cuatro paredes. Soy promotor de la magia que genera
la música que ocupa el aire en este cuarto. Nada más me preocupa. Nada más me
ocupa. El aquí. El ahora. Con vos.