jueves, 15 de agosto de 2013

Adiós, hasta luego

Nosotros no nacimos para mentirnos, le dije mientras mis ojos estaban perfectamente alineados a los de ella. Le repetí que nunca iba a mentirle porque el destino, el nuestro, era estar juntos. Sus ojos tan simples y sinceros, tan transparentes y puros, tan bellos y verdaderos. No dije más y solo la abrace. La apreté contra mi pecho y me deje llevar por el momento. Fue como si se abrieran alas  y mis pies se despegaran del suelo. Eso fue lo que sentí al tenerla entre mis brazos. Me sentía inmortal y fuerte. Quizás era ella. Quizás era yo. Aunque, definitivamente, éramos los dos.
Por un instante volvimos a mirarnos, a perdernos en ese dialogo infinito que se producía cuando nuestras miradas se conectaban. Una sonrisa que llevo a un beso y de ahí a las estrellas para volver a la tierra. Un recorrido que bien podría haber durado años luz y solo duro lo que dura un beso. Tan mágico e indescriptible como eso.
Nos separamos por un momento. Dejamos de abrazarnos. Ella volvió a posar sus ojos en mí. Me miró con ternura y tristeza. Se acerco y me beso. Otra vez. Un beso de despedida. Un adiós. Suspiré y rogué que sea un hasta luego.
Una vez que su mano se alejo de la mía, tomó su bolso y subió al tren. Ella se perdió en medio del gusano metálico que la devuelve a su vida. Yo quede allí, parado en aquella estación, esperando que ella vuelva pero nunca más volvió.

2 comentarios:

  1. Es verdad aveces decimos adios, cuando en realidad queremos decir hasta luego.

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  2. ...Es que lo vuelvo a leer y simplemente me encanta!!! Muy profundo.

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