lunes, 26 de agosto de 2013

No habrá mañana

No hay nadie. La habitación esta tan vacía como mi vida. Las paredes blancas ya han perdido su pureza por culpa del moho que avanza sobre ella. El hedor que inunda el cuarto hace imposible una vida saludable. Sin embargo, allí vivo. Es mi “hogar” hace poco más de un año. Más allá de la puerta hay muchos mundos como este. Quizás mejores. Quizás peores. A pesar de todo, la soledad no se anima a mudarse conmigo. Hasta ella parece haberse decidido a continuar por caminos distantes a los que yo transito. El dolor, en cambio, es un visitante asiduo. Prácticamente a diario ingresa sin golpear y se instala en mi pecho generando fuertes punzadas en el corazón para mantenerme vivo. Para hacer de memoria y castigo. Para no dejarme olvidar los momentos trágicos que me arrastraron a este rincón perdido.
Estoy solo. El ruido de los vecinos se hace molesto pero el silencio de las noches aturde mi cabeza. El miedo es otro ratero que se aprovecha de las pocas veces en que logro conseguir algo de coraje para enfrentar la vida. Aquí todo es fragilidad, incluso yo. Incluso mis temores porque ellos hoy son unos pero mañana se volverán otros. Serán mayores, serán más fuertes.

Estoy solo y no le encuentro salida a este laberinto infinito al cual la vida me ha arrastrado. Mi cobardía me ha doblegado por completo por lo que me niego a resistirme a otra noche de batalla. Me niego a soportarme otro par de horas. La verdad y la sentencia están en el plomo del viejo Smith&Wesson. El “oxidado”, así lo llame siempre, hoy será juez y parte. Hoy será el día en que no habrá mañana.

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