En el último rincón del
bar, donde apenas toca la luz y el silencio reina, fui a despejar los
problemas. Además, le agregue una compañía a la vacía mesa que pase a ocupar,
una copa de whisky añejo y con la capacidad de borrar la memoria desde el
primer sorbo. El lugar estaba casi vacío. Desde aquí solo veía al dueño del
lugar en la barra, una pareja recién ingresada que, tomados de la mano, compartían
una bebida y, en el otro extremo de mi ubicación, un hombre que poco se
distinguía por la lejanía que nos separaba.
Deje de buscar en derredor
a lo que giraba entorno a mí para enfocarme en los dos hielos que flotaban en
mi escocés. Era un intento, inútil, de ver que podría hacer para salir del
infierno que me abordaba. Un nuevo callejón sin salida a las deudas que debían
ser saldadas en cuestión de horas. Deudas para las cuales mi escaso dinero no
alcanzaba. La primera idea que surgió del vaivén de mi vaso fue ir al
hipódromo, apostar lo poco que cargaba y esperar que algún burro me diera un
poco de aire. Era demasiado arriesgado, perderlo todo significaría una sola
cosa: la muerte. Bebí un sorbo y el ardor en mi garganta me devolvió a la
realidad. El azar no seria salida. Pensé en salir a robar. Atracar al primer
hombre bien vestido y con signos de opulencia, llevarlo a su casa y despojarlo
de sus riquezas. No, tampoco era salida. Estos tiempos de justicieros me podría
enfrentar a la muerte antes de tiempo. Agache la cabeza y volví a ahogarme en
el dilema y el miedo.
De repente, como un estallido,
resonó sobre la mesa una botella y una copa. Mire violentamente al extraño que,
al mismo tiempo, se ubicaba frente a mí. Mientras me miraba encendió un
cigarrillo y luego de aspirarlo una vez me dijo entre humo en su boca:
-
Yo tengo la solución a su problema de efectivo.
-
¿Quién es usted? – pregunte de manera renuente y
tratando de no mostrar flaqueza.
-
Digamos que soy un asociado – me dijo – sin nombres ni
vínculos que permitan a ninguno encontrar al otro.
-
Pero usted conoce mi realidad y eso hace que su
propuesta sea inexistente - repuse.
-
Es cierto. Pero digamos que nuestro vinculo seria
netamente por un par de horas donde yo obtengo un beneficio por mi idea e
investigación y usted, tiene tiempo para vivir hasta mañana.
Lo que para mi duro unos
cuantos minutos, en realidad, fueron segundos. Mis pensamientos abultados
generaban descontrol y mayores dudas acerca de lo que proponía este extraño
pero, a la vez, era una puerta de salir al funeral que me estaría esperando al
salir el sol.
-
¿Qué idea tiene usted? Dígame – sentencie intentando
no perderle pisada.
-
Es simple y exige dos condiciones: la primera es que
de lo obtenido iremos en partes iguales y la segunda es que una vez que usted
salde la deuda con sus perseguidores se vaya de esta ciudad. Así, sin mirar
atrás y solo con lo que pueda cargar en una valija – dijo.
-
Es mucho lo que
demanda. ¿Por qué debo irme? – Interrogue.
-
Porque vamos a asaltar a Miguel Dorales, el dueño de
la petrolera mas grande. Pero, como usted ya debe haber descubierto, también es
un hombre poderoso y con sus influencias usted estaría a merced suya si se
queda aquí – afirmó mientras largaba un suspiro de humo.
-
¿Por qué no se encarga usted? ¿Por qué me lo propone a
mí? – le decía entre dudas y miedos.
-
Porque usted necesita el dinero y yo también. Yo no
podría hacerlo porque me conocen, saben de mi por lo que seria fácil
encontrarme. En cambio, usted es un desconocido y podría lograrlo – dijo.
-
Déjeme pensarlo. En una hora le respondo.
-
No tiene mucho tiempo – dijo mientras se hacia para
atrás.
-
Una hora y en este lugar le doy mi respuesta – le dije
y salí a la calle buscando aire para poder pensar mejor.
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