viernes, 25 de enero de 2013

Necesidades urgentes... Parte II



Al salir a la calle mi mente turbada por la propuesta siguió haciendo cálculos inútiles sobre los pocos pesos que podría acumular en las horas restantes. Pensé en pedirles ayuda a mis amigos, a los pocos que todavía no me habían abandonado por mis problemas de adicción al juego. Ahí estaban todos mis males. De ahí nace mi deuda con los usureros y mafiosos que me buscarían a la medianoche para cobrarse lo adeudado.
Camine unas cuadras por Condarco hasta la plazoleta “Héroes de la patria”. Me senté y agache mi cabeza entre las rodillas. Mis manos la sujetaban por la nuca. Pensaba y pensaba, no podía parar de hacerlo. Una y otra vez resonaba en mí la propuesta del extraño. El dinero seria suficiente, pagaría y con mi huida podría recomenzar en cualquier parte del mundo. Europa o México serian buenas opciones, Brasil un idilio no muy lejano por si alguna vez se me ocurriera volver. No, no puedo volver más. Si asumía los riesgos de este arreglo debía poder ser fuerte para dejar la vida que me quedaba en esta ciudad para rehacerla en cualquier otra parte.
Me levante decidido y camine sin rumbo pero, conscientemente, no me alejaba del bar. Iba a volver para aceptar las consecuencias de mis errores. Las deudas se pagan con dinero o con sangre y esa noche no estaba dispuesto a que sea la mía la que corriera por las calles. Anduve casi sin ahondar el pensamiento. Lo poco que transcurría por mi cabeza era que hacer después, como escapar y que pasaría si esto no fuera cierto. ¿Me estarían engañando? Debía asumir el riesgo e ir al encuentro del extraño.
Entre por la puerta de la calle Riobamba y fui directo a la mesa que había ocupado hasta hacia una hora. El extraño todavía estaba allí. Antes de sentarme le hice un gesto al mozo y me senté.  Sin saludarlo y sin dudarlo lo increpé con una pregunta:
-          ¿Cómo debo identificarlo? Un nombre, apodo, algo que sepa que es usted – dije.
-          Sin nombres, le dije. Pero algunos me llaman Rufo – me respondió.
-          Muy bien Rufo, yo soy Elías. Es hora que empecemos a hacer negocios.
-          Solo queda un detalle por ultimar. Esto que acordamos nace ahora y muere cuando quedan divididas nuestras ganancias. Si por esas casualidades, o no, usted o yo, caemos en manos de la ley o los matones de Dorales, siempre actuamos solos. ¿Entendido? – sentenció con otro semblante en su rostro.
-          Muy bien, así será.
Y estrechando la mano cerramos un acuerdo que nos llevaría a la gloria o la muerte.

El relato de la idea de Rufo fue rápido, conciso y sencillo. Básicamente había que aprovechar que por las noches el empresario dejaba solo su piso del Barrio Almendra, el más lujoso de la ciudad, durante poco más de una hora. Además, sus vecinos abandonaban sus viviendas para ocupar unas de fin de semana en la costa. Luego, entrar seria fácil. Mi cómplice me proveería de la llave de entrada y la clave de la alarma. Por lo que una vez dentro, solo tendría que encontrar la caja fuerte y despojarlo de las alhajas y el dinero en efectivo que hubiera adentro. Solo tendría unos treinta a cuarenta minutos para entrar, robar y salir sin que nadie note lo sucedió. Según las estimaciones de mi “asociado”, el monto total a hacerse seria de cuatrocientos mil pesos. Mucho más de lo que necesitaba para cubrir mis deudas por lo que el resto seria útil para renacer en algún lejano lugar.
Una vez que termino con los pormenores y detalles de la operación, se levantó y me dijo:
-    A las diez en punto tiene que estar adentro, yo lo veré en la esquina de Saluzzi y Maggioli para entregarle las llaves y los números. No me falle – dijo mientras se daba vuelta y enfilaba para la calle.
Hice lo mismo, deje dinero en la mesa y salí detrás de Rufo pero con diferente rumbo. Todavía me quedaban dos horas para llegar al lugar pactado, debía armar mi valija y ultimar detalles del robo.

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