Al salir a la calle mi
mente turbada por la propuesta siguió haciendo cálculos inútiles sobre los
pocos pesos que podría acumular en las horas restantes. Pensé en pedirles ayuda
a mis amigos, a los pocos que todavía no me habían abandonado por mis problemas
de adicción al juego. Ahí estaban todos mis males. De ahí nace mi deuda con los
usureros y mafiosos que me buscarían a la medianoche para cobrarse lo adeudado.
Camine unas cuadras por
Condarco hasta la plazoleta “Héroes de la patria”. Me senté y agache mi cabeza
entre las rodillas. Mis manos la sujetaban por la nuca. Pensaba y pensaba, no
podía parar de hacerlo. Una y otra vez resonaba en mí la propuesta del extraño.
El dinero seria suficiente, pagaría y con mi huida podría recomenzar en
cualquier parte del mundo. Europa o México serian buenas opciones, Brasil un
idilio no muy lejano por si alguna vez se me ocurriera volver. No, no puedo
volver más. Si asumía los riesgos de este arreglo debía poder ser fuerte para
dejar la vida que me quedaba en esta ciudad para rehacerla en cualquier otra
parte.
Me levante decidido y
camine sin rumbo pero, conscientemente, no me alejaba del bar. Iba a volver
para aceptar las consecuencias de mis errores. Las deudas se pagan con dinero o
con sangre y esa noche no estaba dispuesto a que sea la mía la que corriera por
las calles. Anduve casi sin ahondar el pensamiento. Lo poco que transcurría por
mi cabeza era que hacer después, como escapar y que pasaría si esto no fuera
cierto. ¿Me estarían engañando? Debía asumir el riesgo e ir al encuentro del
extraño.
Entre por la puerta de la
calle Riobamba y fui directo a la mesa que había ocupado hasta hacia una hora.
El extraño todavía estaba allí. Antes de sentarme le hice un gesto al mozo y me
senté. Sin saludarlo y sin dudarlo lo
increpé con una pregunta:
-
¿Cómo debo identificarlo? Un nombre, apodo, algo que
sepa que es usted – dije.
-
Sin nombres, le dije. Pero algunos me llaman Rufo – me
respondió.
-
Muy bien Rufo, yo soy Elías. Es hora que empecemos a hacer
negocios.
-
Solo queda un detalle por ultimar. Esto que acordamos
nace ahora y muere cuando quedan divididas nuestras ganancias. Si por esas
casualidades, o no, usted o yo, caemos en manos de la ley o los matones de
Dorales, siempre actuamos solos. ¿Entendido? – sentenció con otro semblante en
su rostro.
-
Muy bien, así será.
Y estrechando la mano
cerramos un acuerdo que nos llevaría a la gloria o la muerte.
El relato de la idea de
Rufo fue rápido, conciso y sencillo. Básicamente había que aprovechar que por
las noches el empresario dejaba solo su piso del Barrio Almendra, el más
lujoso de la ciudad, durante poco más de una hora. Además, sus vecinos
abandonaban sus viviendas para ocupar unas de fin de semana en la costa. Luego,
entrar seria fácil. Mi cómplice me proveería de la llave de entrada y la clave
de la alarma. Por lo que una vez dentro, solo tendría que encontrar la caja
fuerte y despojarlo de las alhajas y el dinero en efectivo que hubiera adentro.
Solo tendría unos treinta a cuarenta minutos para entrar, robar y salir sin que
nadie note lo sucedió. Según las estimaciones de mi “asociado”, el monto total
a hacerse seria de cuatrocientos mil pesos. Mucho más de lo que necesitaba para
cubrir mis deudas por lo que el resto seria útil para renacer en algún lejano
lugar.
Una vez que termino con los
pormenores y detalles de la operación, se levantó y me dijo:
-
A las diez en punto tiene que estar adentro, yo lo
veré en la esquina de Saluzzi y Maggioli para entregarle las llaves y los
números. No me falle – dijo mientras se daba vuelta y enfilaba para la calle.
Hice lo mismo, deje dinero
en la mesa y salí detrás de Rufo pero con diferente rumbo. Todavía me quedaban
dos horas para llegar al lugar pactado, debía armar mi valija y ultimar
detalles del robo.
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