Oscuros,
sombríos y, sobre todo, lúgubres vienen siendo los últimos años. Promesas
incumplidas, falaces esperanzas vertidas a la plebe hacen que lo que se avecina
sea igual, o peor, de lo que ya nos toca vivir. El desespero y la inseguridad
nos abordan en cada esquina, el hambre y el pesimismo son más corrientes que la
justicia.
La cordura, esa
sensación de tener los pies sobre la tierra, cada día sale más cara. Es cada
vez más preciada y menos normal. Pero no hay que confundir la salud mental con
la cordura, no. Hablo del sentido común, del criterio lógico aplicable a
cualquier instancia, cualquier situación. Hoy eso se ha perdido, ha
desaparecido. Estamos librados a una especia de “suerte providencial” donde el
número que nos fue asignados al nacer no salga en la lotería celestial para no
tener que terminar vistiendo el traje de madera. O, mucho más trágico pero no
menos real, no dejar rastros en este mundo. Un “juego” en el que día a día
estamos inmersos cual ludópatas perdidos en las vueltas de un casino.
El desamparo y
la opresión permiten que la libertad este encarcelada pero gozando de salidas
transitorias. De esas escapadas higiénicas que pueden llegar a conformar a
muchos, confundir a unos pocos y molestar a muchos menos. Por suerte, algunos
quedan que sienten lo moleste que es tener atadas las alas y, cuando las
sueltan, volar bajo porque una bola con cadena nos mantiene cerca del suelo.
¿Acaso es un intento de limitar los sueños? No se. Quizás.
Los fríos mas
polares y los veranos mas calientes son recordados que las manos osadas que
sacaron de la lata lo que no debían. Los ídolos con sus goles casi sagrados,
marcan mejor que las omisiones adrede.
Los números despersonalizados y colectivos enardecen las voluntades
durante lapsos de tiempos más cortos que un suspiro. Algunos, los más
descarados, se suben al tren que, según ellos, lleva la verdad, la única,
impoluta y absoluta verdad. Ellos son mayoría, ellos son los que pican en punta
a la hora de las estadísticas. Ellos son los únicos que no cometen errores, los
que siempre saben que hacer pero, misteriosamente, cuando pueden, olvidan como
tenia que hacerse. Incluso, las rivalidades de hoy mañana pueden ser
grandes amistades. ¿Acaso no es un intento de burlar a la memoria? ¿Hasta
cuando?
Recordar etéreos
pasados de gloria no nos asegura que el futuro se convierta en lo que fue.
Asumir la situación y, frente a ella, hacernos hombres (mujeres) de bien, es el
verdadero desafío. Ser todo lo que se dice o, para empezar, hacer algo de lo
que los labios profesan. Mantener una coherente relación de dichos y hechos
para empezar a sortear, de una vez por todas, esta condena que venimos
cumpliendo en los últimos doscientos años. Es fácil, es simple cambiar,
pregúntale a la memoria y vas a ver que cerca están las soluciones.
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