martes, 13 de marzo de 2012

Desorden


El silencio y el ruido, opuestos y dispares ocupan los espacios. Abordan por completo la sala. El desorden generalizado hace que parezca que todo está dispuesto estratégicamente, con un fin especifico cuando, en realidad, el caos fue quien determinó que la media azul y roja quedara colgada de la silla y la camisa quedara a medio acomodar en la percha. El perchero es un adorno, nada cuelga de él. Como los cuadros, ocupa un lugar en la pared para que no este desnuda. Ropa sucia y limpia, libros, hojas sueltas, la taza del té de hierbas que tomé anoche y las llaves del auto adornan el escritorio. Las zapatillas blancas están esparcidas en una y otra punta del dormitorio. Los jeans celeste que ayer busque para ir al café aparecieron de casualidad debajo de la cama. Es como dicen, “cuando no lo necesite, aparece”. Confirmado, no hay dudas. Sin embargo, las afirmaciones escapan junto con el paradero de ni remera preferida. La remera negra con letras amarillas, la que uso siempre que tengo algo importante. La que me pongo aunque sea arrugas y, abajo, una camiseta. Pero, en este preciso momento, esta desaparecida. Ausente. No está. Justo cuando más la necesito. Revuelvo un poco más el alboroto, tiro cosas para un lado y para otro. Es como acomodar pero sin un orden especifico, sin doblar ni poner los pares juntos. No. Mas bien se trata de armar una pila con las cosas que no necesito, ahora, y ver, después, si aparece la necesaria remera. Es trasladar el lío de aquí hacia allá. La suerte y la anarquía que dominan este lugar no juegan a mi favor, por el contrario, se suma la hora a mis rivales de turno. Debo irme sin el amuleto. Sin mi cábala. Si me va bien habrá sido la suerte. Si me va mal ya se a quien culpar. Es martes trece, cualquier cosa puede pasar y yo sin mi garantía de éxito. Será un desafío sobrevivir al día pero no queda otra salida. En fin, crucemos los dedos y esperemos no cruzar algún yeta, vaya a ser cosa que comiencen a caer las macetas de los balcones.

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