miércoles, 7 de marzo de 2012

La condenada suerte


Estamos condenados a sufrir siempre las consecuencias de todo lo que suceda o deje de suceder. A estar atados de un lado u otro del camino pero, al final de cuentas, siempre atado a él. No hay manera de que uno pueda salvarse del destino que le ha tocado aunque, de cierto modo, cada uno hace su camino mientras va marchando. Ya lo repitió hasta el cansancio en poeta catalán en uno de sus famosas canciones. Ahora, ¿Y el azar, dónde se lo ubica? ¿No tiene injerencia?
Si consideramos que una persona cualquiera, que mantiene un nivel de vida según los estándares y las recomendaciones sugeridas por las eminencias en la medicina, sociología y cualquier otra rama que afecte a un hombre. Suponiendo que este individuo haga todo a la perfección desde el primer instante que despierta hasta la forma de dormir. Un verdadero reloj suizo. Entonces, y aquí le damos lugar al “factor suerte”, ¿Por qué puede contraer enfermedades que jamás hubiera tenido que sufrir? ¿Por qué lo atacan con supuestos cuando, como hemos dicho, hizo todo tal y como fue previsto, pensado, diseñado, diagramado, soñado y estipulado? ¿No existe aquí la intervención de la suerte, buena o mala, suerte al fin? Entonces, puedo concluir que, si uno hace un camino basado en la posibilidad de vivir para disfrutar de la salud, de las maravillas que el mundo ofrece, del amor, del trabajo, de los sueños, no debe ir demasiado lejos porque puede que la diosa de la fortuna le haya asignado algún mal, condena o castigo. Lo que sea, que impida hacer que ese hombre se sienta realizado como, tal vez, lo soñó alguna vez.
Por lo tanto, si la suerte no existe y es un estado de la mente, ¿Por qué nuestra vida, definitivamente, está condena a sufrir las consecuencias de eventos imposibles de preveer y resolver y en los que  no existe certeza alguna de que en el siguiente suspiro comience a despedirme? En fin, creo que es cuestión de suerte que me toque a mí o al vecino. Habrá que vivir y esperar a que la ruleta nos regale un pleno y no una lágrima. A esperar un guiño y un poco de crédito para seguir caminando.

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