De repente quede a oscuras. El horizonte
plagado de luces parpadeantes que muestran lo avanzada que está la “civilización”
con respecto al terreno, se apagaron por completo. Apenas un poco de claridad
en la distancia. Apenas un par de luces de los autos que parecieran no
importarles que el mundo haya quedado en penumbras. Las sombras son totales. La
Luna, dueña de estas ocasiones, está perdida detrás una gruesa pared de nubes
que nos prometen una lluvia en la madrugada. Solo es tiempo de opacidad y
esperar, en algún momento, volverá la luz.
Los autos que marchan incesantes están abstraídos
de la realidad negra del resto de los habitantes de esta región. Muchos empiezan
a encender faroles, algunos prenden velas y, enfrente, uno con linterna. Este último
está parado en el umbral de su casa mirando a un lado y al otro, buscando un
responsable. Alguien a quien reclamarle. Alguien a quien insultar. Debe hacerlo,
necesita descargar su furia incontenible por el corte imprevisto en el momento
menos apropiado. Necesita depositar la combinación de enojo con la euforia que
lo aborda en este preciso momento que la antigüedad decidió ocupar las calles
del barrio. Este hombre, que ahora camina nervioso por el pasillo de su casa, mueve
los brazos arriba y abajo. Mira el cielo y vuelve a refunfuñar. Pareciera que
reza, o sigue insultando. No se, quizás ambas. Esta inquieto, incontenible.
Luego de esperar cinco minutos, unos cinco larguísimos
minutos para este vecino, la luz se apodera, nuevamente, de cada rincón, de
cada hogar y cada ser que disfrutaba de la calma. El hombre que parecía enojado,
corrió adentro. No pude resistirme a la curiosidad y espié por la ventana. Y allí
estaba, sentado en un sillón frente al televisor, mirando un partido de fútbol.
Jugaba Racing y estaba ganando. Una victoria
demoledora, increíble y poco acostumbrada. Racing ganaba y el desdichado hombre
no podía disfrutarlo. Recién ahí distinguí su sonrisa, su calma. La electricidad
no solo había devuelto la luz, no, también había bajado el alma de este fanático.
Cuando me alejaba comprendí su locura, su
desidia, su desespero. Era lógico, la pasión y el amor por los colores no deben
interrumpirse nunca, menos con un corte de luz cuando la victoria es tan
hermosa.
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