miércoles, 29 de febrero de 2012

Afuera llueve


Afuera llueve. Adentro, también. Incansablemente el agua no para de desbordar los marcos de las aberturas filtrándose hacia dentro. Afuera llueve como si se estuviera secando por completo un cielo cargado de lágrimas necesitado de descargarse. Atrás del vidrio y el aluminio, el líquido que atrae la gravedad llena los pisos, los rincones. Todo esta mojado, nada se salva. Muebles, ropa, hojas caídas y un libro que consideraba desaparecido, todos ahogados. Todos victimas de esta anegada sala.
Afuera llueve. Adentro se inunda la habitación. Ni siquiera la altura puede resguardarnos de sucumbir en la continua subida del agua. Son cinco los pisos, casi cuarenta metros los que separan mi suelo de la tierra firme y, sin embargo, no dejo de levantar cosas para evitar una catástrofe que, a en estos momentos, es inevitable.
Afuera llueve. Adentro, también. La lluvia parece no rendirse en esta desigual batalla donde soy el único que lucha contra ella. Me rindo definitivamente. Adiós a lo que no se pueda rescatar, adiós a todo aquello que tenga un destino de empapada realidad. Me voy, abandono el barco.  Me voy bajo la lluvia, quizás, las nubes y los relámpagos tengan menos puntería. Me voy caminando, sin paraguas porque la lluvia es buena cuando no llueve adentro.

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