Afuera llueve.
Adentro, también. Incansablemente el agua no para de desbordar los marcos de
las aberturas filtrándose hacia dentro. Afuera llueve como si se estuviera
secando por completo un cielo cargado de lágrimas necesitado de descargarse. Atrás
del vidrio y el aluminio, el líquido que atrae la gravedad llena los pisos, los
rincones. Todo esta mojado, nada se salva. Muebles, ropa, hojas caídas y un
libro que consideraba desaparecido, todos ahogados. Todos victimas de esta
anegada sala.
Afuera llueve.
Adentro se inunda la habitación. Ni siquiera la altura puede resguardarnos de
sucumbir en la continua subida del agua. Son cinco los pisos, casi cuarenta
metros los que separan mi suelo de la tierra firme y, sin embargo, no dejo de
levantar cosas para evitar una catástrofe que, a en estos momentos, es
inevitable.
Afuera llueve.
Adentro, también. La lluvia parece no rendirse en esta desigual batalla donde soy
el único que lucha contra ella. Me rindo definitivamente. Adiós a lo que no se
pueda rescatar, adiós a todo aquello que tenga un destino de empapada realidad.
Me voy, abandono el barco. Me voy bajo
la lluvia, quizás, las nubes y los relámpagos tengan menos puntería. Me voy
caminando, sin paraguas porque la lluvia es buena cuando no llueve adentro.
Bueno.
ResponderEliminarLo que mas me gusto fue el cambio de colores del blog