domingo, 8 de enero de 2012

Un domingo cualquiera


La tarde promete un descanso reparador, una siesta que me devuelva las horas gastadas durante la noche. Un reposar que me haga recuperar el tiempo perdido en la tierra de los sueños. Una suspensión necesaria en mi andar para recobrar las ansias de que este lado de la vida pueda parecerse al que concibo con los ojos cerrados. La tarde me augura tranquilidad apropiada para volver a empezar con el ritmo diario. Con eso que algunos llaman rutina y otros condena. Un domingo es necesario hacer una buena siesta para que se acumule la paciencia hasta que vuelva a suceder lo mismo que hoy pero en siete días. Es como el envión necesario para poder llegar con el último aliento a la suavidad del abrazo de la almohada, de los sueños. Es la bendición de poder viajar sin moverme, de poder armar sin molestarme y de poder creer, aunque sea un poco, que todavía se puede.

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