La tarde
promete un descanso reparador, una siesta que me devuelva las horas gastadas
durante la noche. Un reposar que me haga recuperar el tiempo perdido en la
tierra de los sueños. Una suspensión necesaria en mi andar para recobrar las
ansias de que este lado de la vida pueda parecerse al que concibo con los ojos
cerrados. La tarde me augura tranquilidad apropiada para volver a empezar con
el ritmo diario. Con eso que algunos llaman rutina y otros condena. Un domingo
es necesario hacer una buena siesta para que se acumule la paciencia hasta que
vuelva a suceder lo mismo que hoy pero en siete días. Es como el envión
necesario para poder llegar con el último aliento a la suavidad del abrazo de
la almohada, de los sueños. Es la bendición de poder viajar sin moverme, de
poder armar sin molestarme y de poder creer, aunque sea un poco, que todavía se
puede.
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