El encanto de la música, de la voz
que recorre todos los rincones es impagable. El placer de escuchar, de
poder sentir como entra en los oídos la melodía, como se apodera por
completo del ser, del que siente, del que vive las notas. Las letras que
envuelven e invitan a soñar hacen del canto un arte superior. Aquí o
allá, o donde sea que estemos pueden transportarnos de vuelta al lugar
de donde venimos. O llevarnos a donde nunca hemos ido.
La
música, que calma las bestias e incentiva a meditar, es la expresión
más simple y, a la vez, suprema de la paz. Es la maravilla de poder
conectarse con todos los sentidos. Porque siento y disfruto escuchado,
deliro con esa sensación que recorre mi piel. Así mis ojos estén
cerrados puedo ver todo aquello que imagino. Así mi lenga no tenga nada
que palpar, siento el gusto por la combinación de acordes, el subir y
bajar en los tonos de la voz, una delicia que no indigesta. Se respira
por los poros, por cada una de las partículas del cuerpo. Mil colores
que se representan, que se dibujan en las ondas que se producen en el
aire. Es encanto, es estar hipnotizado y rendido a los pies de una
fuerza que no somete con violencia, lo hace con encanto y delicadeza.
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