sábado, 12 de marzo de 2016

Interrupción

La explosión detonó en cada rincón de la cuadra. Fue rotundo el ruido en ese instante. No se oyó nada más. Ni siquiera el grito seco de la muerte que cubría todo lo que tocaba. Nuevamente, otro estallido. Ya son dos. Uno más, tres. El rugir de la pólvora hace dudar hasta al más valiente.  Temo asomarme, mi instinto de auto-protección me dice que no vea que sucede. ¿O es el miedo que me inmoviliza? Me mantengo cauto y espero a que los ruidos, o sonidos, me digan que sucede. Detrás de la persiana estoy seguro. ¿Lo estoy? Mejor que del otro lado, sin dudas.
Un estampido, una corrida. No sé cuántas personas fueron, si iban o si venían. Fue rápido y estruendoso. No como los disparos. No. Un grito en el vacío y la soledad de la noche parecen despertar a los que duermen. Me acerco más a la puerta y vuelvo a retroceder. El miedo es una cadena pesada que cuesta mover. Una sirena a lo lejos, alguien aviso a la policía. Están cerca. Otra más, pero lejos. Sin embargo, el silencio sigue reinando en el frente de mi casa.
Una nueva descarga, un nuevo disparo. ¿Dónde están las autoridades? La muerte acecha y pisa fuerte en estos momentos. Los ruidos de los móviles parecen confirmar que su llegada es inminente. Segundo disparo, el quinto desde que estoy alerta, y mis piernas sienten el estupor de no saber que sucede afuera. Retrocedo y dudo. Me decido, definitivamente. Debo hacerlo, me aliento. Y  me encamino a la entrada. Me paro a dos metros de la entrada, inflo mi pecho de coraje y avanzo hasta la ventana. Muevo un poco las cortinas y espío.  De a poco miro lo que sucede afuera.  Es cierto, mis piernas parecen temblar pero, me mantengo ahí. La curiosidad es más fuerte. Miro a un lado y al otro. Y ahí está, el espectáculo es formidable. Cinco o seis adolescentes con bombas y banderas festejando no sé qué pero ajenos a las reacciones que corren en mi cuerpo. Cierro la cortina, doy media vuelta y mientras camino a la cama voy recuperando el color, el alma y la tranquilidad. 

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