viernes, 6 de septiembre de 2013

La mujer sin nombre

Fue amor a primera vista. Yo se que ella me amo tanto como yo desde el primer instante en que nos descubrimos. Ella, una joven de no más de veinte, vestía ropa formal y unos lentes con un gran marco rojo. Yo, con mis penosos veintiuno, volvía de trabajar. Estaba algo desalineado con respecto a ella pero, sonreía y creo que eso emparejaba las cosas.
Nos miramos un segundo, sus ojos marrones brillaban detrás de los cristales. Le sonreí y sonrió. Instintivamente, ambos desviamos nuestra atención a puntos poco importantes. Yo mire si venia el colectivo, el bendito 19. Hoy no estaba apurado, se podía demorar. Ella, supongo, espió la vidriera del local que estaba enfrente. Tontas huidas para volver a recaer en esa línea maravillosa que se formaba cuando nuestras miradas se conectaban.
Estaba nervioso, era indudable. Ella creo que también aunque, no se le notaba. Me senté en la garita a esperar. Ella hizo lo mismo y se ubico junto a mí. Mis manos sudaban, mi voz temblaba. No sabía que decir. No sabía qué hacer. Así que, me deje llevar y le tome la mano. Cuando la sujete, la mire. Me miro y apretó mi mano, como si hubiera esperado eso.

El tiempo que duro no lo recuerdo. Quizás un suspiro. Quizás una eternidad. Pero no fue lo suficiente. Fueron varias miradas y los juegos de nuestras manos. Caricias que iban y venían pero nada más. Hasta que, desgraciadamente, llegó el final. Ella, la mujer sin nombre y de ojos marrones, se paro y le hizo señas al micro amarillo con el cartel luminoso identificándolo como el 34. El vehículo se detuvo casi frente a ella y abrió su puerta. Ella subió dos de los tres escalones y se dio vuelta, me miro por última vez y sonrió. Antes de ser devorada por la inoportuna maquina me regalo el único beso que tuvo nuestro amor fugaz. Ella se fue y mi amor, también.

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