Fue
amor a primera vista. Yo se que ella me amo tanto como yo desde el primer
instante en que nos descubrimos. Ella, una joven de no más de veinte, vestía
ropa formal y unos lentes con un gran marco rojo. Yo, con mis penosos
veintiuno, volvía de trabajar. Estaba algo desalineado con respecto a ella
pero, sonreía y creo que eso emparejaba las cosas.
Nos
miramos un segundo, sus ojos marrones brillaban detrás de los cristales. Le sonreí
y sonrió. Instintivamente, ambos desviamos nuestra atención a puntos poco
importantes. Yo mire si venia el colectivo, el bendito 19. Hoy no estaba
apurado, se podía demorar. Ella, supongo, espió la vidriera del local que
estaba enfrente. Tontas huidas para volver a recaer en esa línea maravillosa
que se formaba cuando nuestras miradas se conectaban.
Estaba
nervioso, era indudable. Ella creo que también aunque, no se le notaba. Me senté
en la garita a esperar. Ella hizo lo mismo y se ubico junto a mí. Mis manos
sudaban, mi voz temblaba. No sabía que decir. No sabía qué hacer. Así que, me
deje llevar y le tome la mano. Cuando la sujete, la mire. Me miro y apretó mi
mano, como si hubiera esperado eso.
El
tiempo que duro no lo recuerdo. Quizás un suspiro. Quizás una eternidad. Pero no
fue lo suficiente. Fueron varias miradas y los juegos de nuestras manos.
Caricias que iban y venían pero nada más. Hasta que, desgraciadamente, llegó el
final. Ella, la mujer sin nombre y de ojos marrones, se paro y le hizo señas al
micro amarillo con el cartel luminoso identificándolo como el 34. El vehículo
se detuvo casi frente a ella y abrió su puerta. Ella subió dos de los tres
escalones y se dio vuelta, me miro por última vez y sonrió. Antes de ser
devorada por la inoportuna maquina me regalo el único beso que tuvo nuestro
amor fugaz. Ella se fue y mi amor, también.
Muy lindo....
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