Hice silencio para que las
palabras se detuvieran, para intentar callar las voces que me estaban acosando
en ese instante de desasosiego. No sabia que hacer y mi mente me contenía con
mas dudas. Intente que la pausa se extendiera a mis pensamientos pero fue
imposible. No sabia que hacer. No sabia como seguir adelante. Solté un suspiro
profundo con la intención de que arrastrara el miedo y la impotencia pero no
dio resultado. Seguía igual. La quietud me lleno de desesperación. Mas de lo
que ya estaba. Ahora no solo estaba en duda sino que esta urgido de una
respuesta que, indudablemente, no iba a aparecer mágicamente.
Comencé a dar vueltas en círculos.
La habitación sin ventanas era muy pequeña. No se cuantas vueltas habré dado.
Ni siquiera podía contar. Con las manos me refregaba la cara y, cada tanto,
miraba al techo esperando que algo cayera. El nerviosismo hizo que perdiera la noción
del tiempo y el espacio. Si se hubiera calculado las vueltas que di en kilómetros
bien podría haber transitado un largo camino. Quizás ya estaría lejos de ahí,
donde debía decidir que hacer o no hacer.
Deje de mirar hacia otro
lado y puse mis ojos en él. Un instante me basto para que un escalofrío poderoso
me abordara por completo. Una sola
mirada y las palmas de mis manos se volvieron cascadas de sudor. Mi cuerpo me estaba
entregando a la indecisión y la desesperación. No debía dudar más. No tenía que
hacerlo así que, tome coraje y recogí de la mesa el arma. El frío y el peso del
metal se sintieron entre mis manos. Volví
a mirar a sus ojos. Había empezado a llorar pero, todavía, no pedía otra
oportunidad. Nada. Baje la mirada, cerré mis ojos, respire hondo y apreté. Bum,
se escucho. Un estruendo infernal y su cuerpo se desinfló. Su alma lo había dejado.
Y la mía, también.
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