Es la coincidencia la que
nos reúne en esa esquina del barrio Del Abasto. Ella hace tiempo dejo de ser la
mujer que recordaba. Yo, todavía soy lo que nunca quise ser. Pero ambos estamos
allí, mirándonos, sorprendidos de la casualidad de haber hecho de nuestros tiempos
el mismo para coincidir en el espacio. Nos miramos, sonreímos. No decimos nada,
solo algunos gestos cómplices que rememoran lo que nuestros cuerpos han vivido.
Mi saludo es tímido y retraído, como si fuera la primera vez que nos vemos. En cambio
ella está mas suelta, sonríe y me besa en la mejilla. Como sucede siempre que
encontramos a alguien que hace mucho no vemos, rememoramos la última vez que eso
sucedió. Ella se acuerda de la película que vimos. Yo le recuerdo lo bella que
estaba. Se excusa y agradece que mi memoria sea tan benevolente. Ninguno nombra
el ultimo segundo donde tuvimos un mundo de por medio hasta este momento.
En ese repaso, aparece el instante
en que nos despedimos, el momento donde nos vimos para que luego cada uno siguiera
su camino hasta este instante donde la cercanía es inevitable y la ansiedad urgente.
Mis manos evidencian, claramente, que un torbellino de dudas han colonizado
cada rincón de mi ser. Ella, por su parte, se mantiene en calma, o eso parece,
mientras habla y responde a cada palabra. La única muestra de debilidad es acariciarse
su pelo constante e interminablemente. Para un lado y para el otro no deja de
someterlo entre sus dedos. Yo, por mi parte, intento compaginar posibilidades e
ideas que me remonten a márgenes favorables, a alguna forma que me acerca al
pasado y a un futuro diferente de este presente lejos de ella. La había soñado
tanto que aquí estaba pero, qué hacer ahora era el dilema.
Es en ese momento, cuando
las dudas me colman, cuando su perfume dulce e intenso invade por completo mi
cuerpo generando un recorrido audaz y veloz de mis sentimientos liberando la
bestia que duerme en mí. La dejo ser, dejo que hable por mí y le confieso mis
desventuras desde que se fue. Ella, sonríe y no dice nada. No es suficiente
para mí. Le tomo la mano, dejando que mis urgencias asuman el control. Le repito,
más intensamente, que mis sueños son ella, que esperaba verla. Ella ya no sonríe,
aprieta mi mano y me acerca. Me arriesgo ya la beso. Y me besa…
No hay comentarios:
Publicar un comentario