De vez en cuando esta bueno
perderse. Subir a un colectivo, un avión, un tren o algo que nos lleve por un camino
desconocido para acabar en algún paraje ignoto. Recorrer calles descoloridas y
pisar tierras que pueden ser poco atractivas. Andar por andar. Caminar por el
placer de movernos sin tiempos ni destinos. Perderse por completo en un intento
de encontrar, paradójicamente, algún instante de calma absoluta. Una dominación
completa de libertad y tranquilidad que solo puede darse cuando la mente ha
colgado las cadenas y los bolsillos han sido vaciados para viajar ligeros de
peso. Livianos de dolores. Fuertes de convicción y débiles de decisión para que
el viento sea quien dirijan los pasos.
Perderse por el placer de
volver a reencontrarse con las esquinas olvidadas, las sensaciones extraviadas
y los momentos borrados. Descartar el itinerario para hacer de este momento el
circuito perfecto de una andanza casual y desinteresada. Desencontrarse con los
problemas para ver a las soluciones más cercanas. Desentenderse de los
imposibles para comprendernos inmortales. Descargar el pesimismo para hacerle
lugar a la esperanza de horizontes promisorios.
Perderse cada tanto esta
bueno para dejar olvidados los pensamientos innecesarios. Perderse sin olvidar
el camino por donde venimos para volver renovados. Hasta que vuelva a renacer
la necesidad de tener que salir a
desviarnos con la ilusión de encontrarnos otra vez o quedar atorados
eternamente en un circulo interminable de perdición absoluta.
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