domingo, 29 de julio de 2012

Soñar en la calle

Soñar en la calle, con el frío que cala hondo y perfora los sentimientos debe ser utópico. Cerrar los ojos y dejarse llevar, soltar las amarras que nos sujetan al suelo y echar a volar. Desplegar las alas atadas y comenzar a surcar las alturas dividiendo nubes. Debe ser fácil hacerlo si en las noches no hicieran temperaturas extremas que nos asemeja más a la Antártida que a Cuba. Pero, escapar no se puede, la cadena todavía está sujeta al muro. Es implacable.
Soñar en la calle debe ser una misión, prácticamente, imposible de realizar o, al menos, de intentarlo. El cielo ennegrecido, que augura heladas filosas, es determinante para la voluntad del soñador y el que quiera probar un poco de ese plato.
Soñar en la calle mientras la frialdad y frivolidad de los que miran sin ver, de los desentendidos que portan desconfianza pasa al lado queriendo evitar una realidad inevitable. Esa atenta mirada solo entorpece el camino de los anhelos que pacientemente aguardaron durante el día su momento de reinar. Los invisibles son evidentes y los urgentes son inútiles.
Soñar en la calle no es tarea fácil pero no es imposible. Algunas veces, cuando el gélido compañero ha dominado la situación, aparece un ángel, sin túnicas ni aureolas, con el remedio para los dolores. Estos servidores, la solidaridad y la humildad, aportan esperanzas para creer que la realidad no es más que un camino para volver a soñar. Que las sujeciones son momentáneas y el tiempo de volver a cerrar los ojos con ilusión llegará pronto.

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