Mientras estoy pensando en
la manera de no pensar, intento canalizar el rumbo de mi mente hacia un destino
algo diferente. El sol está rendido a los pies del horizonte y la luna comienza
reinar sobre nuestras cabezas. Algunas estrellas asoman y yo, todavía, sigo
empecinado con mis circundantes historias. Hay un halo de tranquilidad en la
noche que comienza y, a la vez, un alboroto lógico producto de los festejos. En
realidad es excusa para festejar, para colmar la ciudad y desbordar bares con
júbilo y regocijo. Yo, sigo sin avanzar. Estoy detenido en la mirada, en los
ojos, en la sonrisa. El movimiento de autos comienza a hacerse sentir y las
bocinas empañan los albores de la noche. Coloridos y fervorosos invitados se reúnen
alrededor de mesas apiladas en lugares imposibles. El espacio físico no afecta ni es detalle a
tener en cuenta, las masas se mueven para festejar y en la alegría no hay
molestias ni modestias. Todo está listo
menos yo, estoy atascado en la idea de ir o volver, de sentir y soñar. Lo que gira se transforma en un paisaje
que no miro pero son coloridas expresiones de un mundo cada vez más monocromático.
Estoy al borde, en el filo del abismo de una ilusión lejana y remota que
comienza a parecer el mundo. No solo por lo alocado sino, también, por lo
grande e increíble. Estoy al pie del encuentro o el desamparo pero siempre con
la ilusión de la mano.
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