miércoles, 4 de julio de 2012

Barrio... ¿uno?


Hace tres semanas estoy aquí. En esta pocilga de lugar que algunos se dan el lujo de llamar “hogar”. Con las comillas y la fuerza de las palabras, con la firmeza de que en nada se parece a lo que llamaríamos: Hogar. Aquí, en medio de la nada, lejos de todo pero a las puertas de la entrada al resto del mundo, cada uno sigue su camino sin mirar quien camina a su lado. Sin siquiera darse por enterados que el universo se mueve y con cada paso que damos estamos más lejos de encontrar una calle que nos permita salir de este encierro voluntario. Aquí, más que en otro lado, el dinero garantiza la permanencia no la paz ni la tranquilidad. Aquí un par de papeles hacen de tu estadía una verdadera experiencia inolvidable lejos, muy lejos, de lo que se pueda soñar. De lo que se pueda esperar al abrir los ojos cada mañana.
Hace tres semanas que estoy aquí y nada parece haber cambiado de la última vez que pise este suelo. Aquí, todos parecen ausentes y sin rostros. Sus caras han sido borradas por completos de su cabeza, solo son seres que se mueven y, ocasionalmente, mueven la boca gesticulando algo. Tal vez sean palabras, no lo se. No logro comprender que es lo que quieren decir. No logro conectarme con la incomunicación de sus vidas. Detrás de las paredes que rodean este cuarto que ha sido mi refugio, mi celda, mi cueva, se pierden personas y pasiones. Desaparece la sensación de humanidad y el encierro se vuelve una esperanza contra la soledad que abunda en las borrascosas montañas de aburrimiento.
Hace tres semanas que no salgo más que por el pasillo que me conduce, ida y vuelta, a una calle jamás transitada. Que recorro veredas descoloridas y peladas de flores. Aquí han sido proscriptos los bellos jardines y los pájaros desterrados. Ni siquiera el pasto quiere crecer en este barrio de nombre numérico pero, que en un ranking, no ocuparía el lugar que el cartel de entrada dice. Estaría, si no lo está, cerca del fondo, cerca de un infierno. O de otro. Pero lejos del cielo. Muy lejos aunque desde aquí se consiga un atajo a la nubes.
Hace tres semanas que la rutina me salva de perderme entre los desafortunados y voluntarios habitantes de estas cuadras. Ellos, que elijen llamar “hogar” a esta pocilga, solo disfrutan cuando se van. Ellos no lo dicen. Ellos no lo reconocen y yo, un visitante temporal, puedo afirmarlo cada vez que mi nave rumbea lejos de este paraje. Ellos lo saben pero no lo dicen, la popularidad los sacudiría, les haría perder el titulo y la nobleza de ser el Barrio Uno y acabar siendo, justamente, el Barrio Final.

No hay comentarios:

Publicar un comentario