jueves, 3 de mayo de 2012

Un portazo y adiós


Fue un portazo y adiós. El estruendo de la madera contra el marco metálico provocó el redoble de las paredes. La explosión del llanto tras ese ruido socavo las esperanzas de la reconciliación. Con los corazones debilitados, ambos miraron con rumbos opuestos y fueron en busca de un sol que iluminara la tormentosa realidad del momento. Ella, bañada en lágrimas de dolor. Él, ahogado en impotencia. Ambos perdidos en la nebulosa de una sinfonía violenta de la decadencia del amor. Definitivamente han sucumbido ante las posibilidades del encuentro con el amor.
Ahora, el río desborda de agua salada originada en los ojos tristes de ella. Buscando desagotar en algún mar de consuelo que permita sobrevivir a la noche de calvario y absoluta soledad, encuentra anegados rincones sin salida. Ahora que las horas no terminan, el dolor se hace tirano y dictador del alma en pena. Él, todavía camina. Todavía busca en el cielo una respuesta que encierra su cuerpo. La caída en este abismo sin fondo le niega la sensación de adrenalina, le esconde la muerte el desenlace final de su salida violenta.
Ella llora, todavía, y sufre en su cuerpo las heridas del abandono. De la soledad que tendrán sus mañanas cuando descubra la inmensidad de su cama. Él siente en la garganta el producto de la noche anterior. Los gritos y la euforia vertida en esa discusión han dejado su marca. Sin embargo, ya no hay lágrimas, solo la pesadez del encuentro con la realidad. La cruda realidad. Ella seguirá unos días así. Él, también. Pero ambos volverán a creer que fue un portazo y nos volveremos a ver.

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