Una voz en francés que
suena en el aire hace que el frío sea menos punzante. El filo del viento deja
de cortar la piel con saña, como lo estaba haciendo hasta que, milagrosamente,
se escucharon las primeras palabras: “Des nuits d'amour a ne plus en finir/un grand
bonheur qui prend sa place/des enuis des chagrins, des phases…” Haciendo que el
alma se transportara lejos del helado presente que rodeaba el cuerpo. La música
de esta mujer mágica, capaz de rescatarnos, de sacarnos de allí, nos doblega
por completo, nos hace humanos y nos vuelve pequeños. Nos acerca. Nos acaricia
con suavidad.
Una voz en francés, en un idioma extraño donde no entendió
lo que dice pero siento como esas palabras recorren mi cuerpo cargándolo con sensaciones
agradables. Lo abraza y le devuelve la paz en cada nota que produce esta
mujer celestial. Y digo celestial porque es lo más cercano a estar volando. Es cerrar
los ojos y sentir los pies que flotan. Es aceptar que este es el último
instante y después, después Dios dirá. Por ahora, solo importa que la música no
acabe. Que la función sea eterna para mantenernos excluidos del beso helado que
a cada segundo nos puede tocar. Distantes de la sensación de realidad, del
espanto de vivir ese tortura gélida.
Una voz en francés que nos pone a soñar y a soltar
las amarras que nos hacen pesados y pesimistas. Que nos abre las alas para
despegar con destino al infinito o aquí nomás, no tan lejos. Viajar a cualquier
sitio con esta música salvadora aprovechando el hipnótico efecto donde, ya no
se si es la mujer, la voz o el idioma ajeno el que hace delirar en armonía. El que
relaja los músculos y despereza el alma. Quizás sean todas, quizás sea yo. Quizás
sea el frío. Quizás no sea nada y todo fue una suposición.
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