Y justo cuando pensé que
todo tenía un sentido, la realidad dijo no. La mañana que borra la memoria de
los caballeros y, a la vez, alimenta el ego de los mismos, consiguió alejarme
de los brazos que me dieron calor cuando el frío fue absoluto. El impacto,
tremendo e implacable, contra los muros que la vida levanta frente a nosotros
es terrible. Es trágico pero necesario, así vamos aprendiendo a escalar mas
alto para poder alcanzar los sueños, las estrellas.
Pareciera ser que tienen un
acuerdo la noche y la mañana, cuando la primera se va, se siente como
desaparece la sensación que dejaron tus dedos al recorrer mi espalda durante
las horas donde solo reinaba la luna. Se evaporan los besos que me ahogaron
durante las horas de penumbras. Se calman las mariposas que habitan en mi panza
desde hace mucho tiempo. La crueldad del amanecer se vuelve letal cuando es mi
deseo que la negrura se vuelva interminable como tu presencia y tu alma incomparable.
En ese batallar de luces y
sombras, donde el comienzo de algo, siempre, va a dar fin a otros, la ausencia
se volverá notoria y la necesidad inexorable. La prisa estará impuesta en
recobrar las horas ya vividas, en repetir las experiencias donde solo hacían
falta alas, imaginación y caricias. Mi pensamiento se verá abordado por las imágenes
de lo que fue tu compañía, de lo que fue estar juntos.
El avance del sol durante
su viaje a lo largo del cielo se hace interminable. La tortuosa espera a que la
luz baje y el reloj finalice su vuelta, ponen a prueba la fortaleza de los
nervios, del cuerpo ansioso. Las horas avanzan, los minutos desaparecen y los
segundos ya, casi, no cuentan. La proximidad se hace inevitablemente necesaria
y urgente. Y, justo cuando la realidad comenzaba a ser abrumadora, apareciste
en el horizonte. Volvió el calor y la revolución en la carne. El alma vuelve volar,
nuevamente, hasta que la realidad la haga aterrizar. Hasta que comience, otra
vez, el conteo para el siguiente encuentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario