viernes, 3 de febrero de 2012

El penal


Es incontenible la gente, gritos, abucheos, presiones, deseos, sueños. Lo que se pueda pedir, exigir, en este instante, lo estaban haciendo. El color, el canto, el folclore ya no tenía nada de agradable ni de un lado ni del otro. Estuviera sobre la línea o a unos paso del punto, se sufrían las mismas consecuencias. Los nervios de acero no existen, está comprobado, las piernas se sacuden como si estuvieran bailando del pavor que siente. Tanto de uno como del otro.
El que camina hacia atrás con la remera blanca de vivos rojos a los costados, respira buscando sacarse un peso de encima. Espía de reojo al rival, al portero, que agazapado como una fiera, pretende ahogarle el grito de gloria. Intentará dar libertad, al fin, al grito de gloria. El guardameta suda como si estuviera bajo una lluvia intensa pero, se inclina y apoya sus manos sobre las rodillas esperando el zapatazo. Comenzó la corrida a la pelota, ¿Cuánto dura la carrera del jugador hasta que explota el empeine de su pie sobre el balón? Aquellos instantes habrán sido una eternidad para los hinchas que esperaban, para los que querían gritar de pasión. El zurdazo implacable conecto con la bola de cuero y el tiro dibujó una parábola prácticamente inexplicable hacia la derecha del pateador, a la izquierda del arquero. El cancerbero, contuvo la respiración y se lanzo al aire como un pájaro intentando capturar una presa. El vuelo, que no duro más que unas milésimas de segundo, inmortalizado en un la primera plana del diario del lunes, fue glorioso, magistral, poético. Los dedos que podrían doblegarse, no lo hicieron. La había tocado y ahora rodaba afuera. Lo había conseguido, había salvado el gol. Era el héroe sino fuera que el réferi marco que los defensores se habían adelantado. Había que repetirlo.  
Misma ceremonia, mismos nervios, mismo delirio en las gradas. Se volvía a repetir los insultos al árbitro por hacer repetir el penal. Y apareció la duda, ¿debía volver a repetir el pateador? ¿Debería cambiar? No. El insistente goleador tomo la pelota y acomodo para ser el héroe o verdugo. Sonó el pitido y la multitud exploto de locura, nuevamente las manos mágicas del portero contuvieron el penal. Despejo hacia el corner la pelota evitando un rebote que lo fulminara, que le volviera a ahogar la alegría. Estaban a un paso de la corona. No había dudas que era toda de ellos. No había dudas que ese día los héroes existieron y se calzaron los guantes de arquero y las alas para hacerlo volar bien lejos. Más alto que los demás.

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