-Seis
dólares - me dijo Román. Una ganga, un verdadero negocio que no podemos dejar
pasar. Saqué de inmediato mi calculadora, la vieja maquina china que había
comprado en los puestos de Once. Hice rápido la cuenta y sí, tenía razón. No
podíamos dejar pasar esta oportunidad. Mire a los ojos a Román y le dije: - ¡No
llego! ¿Qué hacemos? Su cara fue para no olvidar. Se le desfiguraba el rostro
de la pena. La bronca que esbozaba en esos ojos era increíble. Metí la mano en
el bolsillo y busque con la esperanza de que hubiera algo, una moneda, un
billete, lo que sea que nos complaciera con esta ocasión única.
De repente,
escucho que el vendedor propone cerrarlo en cinco si no llegamos. Nos volvimos
a mirar, revisamos los números, hicimos cálculos. Volvimos a revisar las
billeteras. Hasta las estampitas sacamos pero, milagrosamente, conseguimos lo
que hacia falta. Cuando le estábamos por entregar el dinero, Román agarro el
disco. Lo abrió y dijo: -No, no, no, no- repetía sin parar. -¿Qué pasa? - Le
pregunté. Me miró pero, esta vez con otros ojos, de sorpresa y, mostrándome el
CD en la mano, me dijo: -No es el juego que buscamos, este es el que compramos
la semana pasada. No vale la pena- Guardamos las monedas, los santos, los
botones, todo lo que habíamos acumulado ahí y nos fuimos. Casi perdemos cinco
dólares en un juego repetido. Un alivio que no fue así. Habrá que seguir esperando la oportunidad única.
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