lunes, 16 de enero de 2012

Tortura en colectivo

-Una vuelta más y ya vamos por doscientas- dijo el chofer del colectivo.Un pensamiento en voz alta que no llego a ser oído por nadie. La consciencia de conductor abrumada por el agolpamiento de personas en su unidad. Un cúmulo de pibes salidos de un club, eufóricos por volver al día siguiente. Un par de viejas antipáticas que despotricaban contra los pibes, el movimiento del vehículo, el calor y cuanto pasara frente a ellas. Y, la perdición, una rubia descomunal que no paraba de jugar con las piernas en la ultima fila. Una mujer sin comparación, la debilidad del piloto del bondi. Esta señorita era la razón del humor del encargado del transporte. Ella hacia lo mismo una y otra vez. Día tras día. Siempre con ropa sugerente y atrevida. Una tortura. Una verdadera condena. Pero, ese día, con la exteriorización de sus broncas empezó a cambiar la actitud respecto a todo y todos.
   Al día siguiente se repitió la escena. Los mismos locos, las mismas damas y, como no podía ser de otra manera, la esbelta blonda. Primero hizo lo que nunca, detuvo la marcha del colectivo, caminó lentamente a los incontenibles adolescentes y los invito a descender. Les dijo: -La casa se reserva el derecho de admisión así que, como yo vivo arriba de este vehículo, Ustedes bajan-. Con algunos empujones y patadas los fue arriando. Las caras fueron épicas. Nadie comprendía pero bajaron. Volvió a su habitáculo y no tardó en llegar el murmullo de las ancianas. -Que irrespetuoso este tipo, pobres chicos. Como va a tratar así a un pasajero. Está loco… se escuchaba. Frenó en plena avenida, los pasajeros se sacudieron con el movimiento. Apurado, necesitado de descargarse, fue derecho a las señoras. Era un caballo desbocado. Sin cortesía y sin contención las invito a bajarse, a que se fueran y nunca más tomaran esa línea de colectivo. Que desaparecieran. Las mujeres asustadas casi corrieron para salir de ahí. Dijeron algunas cosas, intentaron amenazar pero solo huían del desquiciado conductor. Ahora, más relajado, el ahora extraño y sobresaltado chofer del interno 12 de la línea 453 se dispuso a relajarse y completar la jornada laboral. Pero no, las piernas jugaron su última cruzada.  Paró a un costado de la calle Bernardelli, se miro al espejo, reviso por el retrovisor a la rubia de cuerpo tallado, y se levanto en dirección a ella. Decidido, convencido de que “buenas tardes” era poco y quería más. Llego a ella, se colocó delante y la miro. Le repaso cada uno de los detalles que se vislumbraban en la musculosa blanca y el short azul. Suspiró con cada milímetro de esa mujer. Llego a sus ojos canela y le dijo: - Hoy quiero que me beses, hoy se terminan las doscientas vueltas de soñarte y el circo de la locura-. Ella, lentamente se paró, acomodo la ropa y dijo: -“Está bien”. Cuando se abalanzo sobre ella, cuando sus labios llegaban al rojo paraíso, al origen de sus pensamientos más lujuriosos… comenzó a retumbar el despertador. Eran las 6.45, hora de volver a comenzar la rutina de cada día.

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