viernes, 30 de agosto de 2013

Errante y distante

La noche ya se hizo una realidad. La obscuridad es absoluta y domina cada rincón del lugar. Nadie camina por las calles. Nadie se anima a desafiar las sombras. La soledad es incondicional, como el silencio. Apenas en la distancia es distinguible una sirena, como si fuera una alarma. Pero, no alcanza a molestar.
En medio de tanta soledad estoy yo, caminando. Cruzando un barrio tan hostil como la vida misma. Errante y distante, azotado y aislado. Pateando mis penas voy avanzando, o eso creo. En mis piernas cada paso es un metro más lejos de ella. En mi mente, cada vez estoy más condenado a sufrirla. Ella, la que suponía el último amor, el amor eterno, me ha abandonado. Ha preferido seguir caminos lejos de los míos. Ha mirado horizontes que en nada se parecen a los que se ven desde donde estoy.
Un instante que se hace eterno. Un recorrido que se convierte en tortura. Un regreso que nunca acaba y una pena que nunca se termina. Así es la vida en este barrio. En estas calles que hoy me condenan a sufrir por las penas de amores no correspondidos. Estas esquinas que esconden sufrimientos y demuestran realidades poco ciertas. Así es mí transitar por estos rincones que, aunque quiera esconderme, jamás podré hacerlo. Siempre estaré al descubierto para que cualquiera pueda desnudar mis pocas virtudes de hombre, para que cualquiera destruya mi escasa valentía. Marchar errante y sin consuelo. Así voy con una sola certeza, el dolor que causa una lagrima que nunca acaba de rodar por la mejilla. Y la tristeza de eterna de saber que además de la muerte una negación rotunda puede hacer súbito el final de los sueños que alguna vez creímos posibles.

lunes, 26 de agosto de 2013

No habrá mañana

No hay nadie. La habitación esta tan vacía como mi vida. Las paredes blancas ya han perdido su pureza por culpa del moho que avanza sobre ella. El hedor que inunda el cuarto hace imposible una vida saludable. Sin embargo, allí vivo. Es mi “hogar” hace poco más de un año. Más allá de la puerta hay muchos mundos como este. Quizás mejores. Quizás peores. A pesar de todo, la soledad no se anima a mudarse conmigo. Hasta ella parece haberse decidido a continuar por caminos distantes a los que yo transito. El dolor, en cambio, es un visitante asiduo. Prácticamente a diario ingresa sin golpear y se instala en mi pecho generando fuertes punzadas en el corazón para mantenerme vivo. Para hacer de memoria y castigo. Para no dejarme olvidar los momentos trágicos que me arrastraron a este rincón perdido.
Estoy solo. El ruido de los vecinos se hace molesto pero el silencio de las noches aturde mi cabeza. El miedo es otro ratero que se aprovecha de las pocas veces en que logro conseguir algo de coraje para enfrentar la vida. Aquí todo es fragilidad, incluso yo. Incluso mis temores porque ellos hoy son unos pero mañana se volverán otros. Serán mayores, serán más fuertes.

Estoy solo y no le encuentro salida a este laberinto infinito al cual la vida me ha arrastrado. Mi cobardía me ha doblegado por completo por lo que me niego a resistirme a otra noche de batalla. Me niego a soportarme otro par de horas. La verdad y la sentencia están en el plomo del viejo Smith&Wesson. El “oxidado”, así lo llame siempre, hoy será juez y parte. Hoy será el día en que no habrá mañana.

jueves, 15 de agosto de 2013

Adiós, hasta luego

Nosotros no nacimos para mentirnos, le dije mientras mis ojos estaban perfectamente alineados a los de ella. Le repetí que nunca iba a mentirle porque el destino, el nuestro, era estar juntos. Sus ojos tan simples y sinceros, tan transparentes y puros, tan bellos y verdaderos. No dije más y solo la abrace. La apreté contra mi pecho y me deje llevar por el momento. Fue como si se abrieran alas  y mis pies se despegaran del suelo. Eso fue lo que sentí al tenerla entre mis brazos. Me sentía inmortal y fuerte. Quizás era ella. Quizás era yo. Aunque, definitivamente, éramos los dos.
Por un instante volvimos a mirarnos, a perdernos en ese dialogo infinito que se producía cuando nuestras miradas se conectaban. Una sonrisa que llevo a un beso y de ahí a las estrellas para volver a la tierra. Un recorrido que bien podría haber durado años luz y solo duro lo que dura un beso. Tan mágico e indescriptible como eso.
Nos separamos por un momento. Dejamos de abrazarnos. Ella volvió a posar sus ojos en mí. Me miró con ternura y tristeza. Se acerco y me beso. Otra vez. Un beso de despedida. Un adiós. Suspiré y rogué que sea un hasta luego.
Una vez que su mano se alejo de la mía, tomó su bolso y subió al tren. Ella se perdió en medio del gusano metálico que la devuelve a su vida. Yo quede allí, parado en aquella estación, esperando que ella vuelva pero nunca más volvió.

sábado, 10 de agosto de 2013

Pensaba en los héroes anónimos...

Pensaba en los héroes anónimos que nunca nadie conocerá. En los que sin capa ni espada lo dan todo a cambio de una sonrisa. No salvan doncellas en altas torres ni recuperan cuantiosos tesoros robados por piratas o villanos de turno. Ellos solo hacen lo que sienten sin buscar la gloria ni el reconocimiento.
Pensaba en los héroes anónimos que estos días se multiplicaron convirtiéndose, algunos, en los milagros de otros. Personas comunes (?) y corrientes que, circunstancialmente, pusieron sobre la mesa lo que muchos se niegan a arriesgar. Se vistieron de superpoderosos portando solo valentía y coraje en cantidades ilimitadas.
Pensaba en los héroes anónimos que mañana se habrán perdido en la multitud de desmemoriados que transita por las calles de esta gran ciudad solidaria. En estos hombres y mujeres que, en algunos casos, no estuvieron solos. No quedan dudas que, además de los ángeles de cuatro patas que los asistieron, hubo una mano divina que los protegió de sufrir las consecuencias de la negligencia, irresponsabilidad o inoperancia, lo que fuera, de unos pocos.
Pensaba en los héroes anónimos que hoy todavía sudan y sufren. Que todavía hoy, e incluso mañana, lloran lágrimas muy pesadas, cargadas de la angustia de no poder hacer más. Indudablemente héroes. Indiscutiblemente humanos. Increíblemente van a ser recordados por unos pocos. Lamentablemente, olvidados por un montón.

Pensaba en los héroes anónimos que son la esperanza de que esta sociedad todavía tenga salvación, porque ellos son de acá, o de allá, pero andan por aquí para recordarnos que podemos ser mejores. Que podemos aspirar a ser como ellos.

jueves, 1 de agosto de 2013

Atormentado

Hice silencio para que las palabras se detuvieran, para intentar callar las voces que me estaban acosando en ese instante de desasosiego. No sabia que hacer y mi mente me contenía con mas dudas. Intente que la pausa se extendiera a mis pensamientos pero fue imposible. No sabia que hacer. No sabia como seguir adelante. Solté un suspiro profundo con la intención de que arrastrara el miedo y la impotencia pero no dio resultado. Seguía igual. La quietud me lleno de desesperación. Mas de lo que ya estaba. Ahora no solo estaba en duda sino que esta urgido de una respuesta que, indudablemente, no iba a aparecer mágicamente.
Comencé a dar vueltas en círculos. La habitación sin ventanas era muy pequeña. No se cuantas vueltas habré dado. Ni siquiera podía contar. Con las manos me refregaba la cara y, cada tanto, miraba al techo esperando que algo cayera. El nerviosismo hizo que perdiera la noción del tiempo y el espacio. Si se hubiera calculado las vueltas que di en kilómetros bien podría haber transitado un largo camino. Quizás ya estaría lejos de ahí, donde debía decidir que hacer o no hacer.

Deje de mirar hacia otro lado y puse mis ojos en él. Un instante me basto para que un escalofrío poderoso me abordara por completo.  Una sola mirada y las palmas de mis manos se volvieron cascadas de sudor. Mi cuerpo me estaba entregando a la indecisión y la desesperación. No debía dudar más. No tenía que hacerlo así que, tome coraje y recogí de la mesa el arma. El frío y el peso del metal  se sintieron entre mis manos. Volví a mirar a sus ojos. Había empezado a llorar pero, todavía, no pedía otra oportunidad. Nada. Baje la mirada, cerré mis ojos, respire hondo y apreté. Bum, se escucho. Un estruendo infernal y su cuerpo se desinfló. Su alma lo había dejado. Y la mía, también.