Lo nuestro duro lo que
apenas un amanecer junto al mar. Nuestro punto máximo, el clímax de nuestra fatídica
y fugaz relación fue en ese beso interminable en la esquina de Fraga y Neumann.
El pecado y la culpa de andar escondiéndonos como adolescentes acrecentaron la pasión
y el deseo de no ver la luz. Pero, como sucede con las estrellas, el sol las
oculta. Tuvimos la adrenalina de que nadie debía vernos pero nosotros, por el
contrario, no dejábamos de espiarnos. Tus ojos escondían el miedo lógico de ser
descubiertos pero, nunca dejaron de volar junto a los míos cuando nuestras
manos recorrían los caminos del delirio y la lujuria. Éramos uno en cada
momento que fuimos únicos.
Como ya dije, fue tan rápido
e intenso lo que vivimos y gozamos que
ni las ausencias se hicieron notar en esos días que corríamos detrás de las
sombras, anhelando que no se acabaran esos tiempos. Creo que no queríamos que
terminara para no volver a afrontar la realidad de nuestros hogares. Tu esposo
y mi esposa, las cadenas que nos sujetaban a nuestros hijos. Por ellos no podíamos
tirar por la borda el pasado en Pro de un futuro netamente imposible. Incluso,
en esos tiempos de locura y desborde pasional soñamos con tener uno nuestro. Uno
que fuera un poco vos y un poco yo. Pero fueron solo sueños. Esos días reviví mis
dieciséis pero, con tres veces esa edad.
Todavía recuerdo la
suavidad de tus manos y el fuego de tus labios. La llama interminable que se encendía
cada vez que huíamos por los pasillos de la feria. El juego incesante de
besarnos cuando nadie nos veía hacia que deseara mucha mas poder hacerlo. Pensar
en tu vientre, en el que dibujaba ribetes extraños y complicados como nuestro
romance, me estremece. Fue tan mágico soñar con detener el tiempo que no
recuerdo otra cosa de esa época. Solo a vos.
Sin embargo, el final nos cayó
como lo hace un mazazo sobre el dedo del carpintero, imprevisto y funesto. Fue letal
para mi alma de muchacho renacida en esos días. No quise perderte. No quise
compartirte. No soportaba la idea de que tus labios volvieran a ser de ese
hombre que compartía con vos solo una alianza de oro. Podrán decir que fui egoísta
pero no, fue amor. El sentimiento más noble y puro que jamás había sentido en
mis cuarenta y siete años. No habría resistido verte partir. Y no lo hice.
Hoy, catorce años mas
tarde, lloro cada aniversario de tu muerte. Lloro y se me parte el alma de
dolor por no poder abrazarte otra vez. Ya no sollozo por la locura que cometí,
por haber apretado el gatillo. No. Me lamento por no haberme ido con vos. Por haberme
quedado allí, junto a tu cuerpo bañado en sangre, arrepentido de haberte
quitado tus alas. Y haberme sujetado a una condena eterna sin tus besos.