viernes, 23 de noviembre de 2012

Una esquina... Parte III Final



Volví a esa esquina una y mil veces. Cambie los horarios, los lugares de desde donde llegar, mis rutinas y mis tiempos para buscarla en cada rostro que cruzara. Sin embargo nada, no conseguí dar con su perfume y mis urgencias. Mis miedos se comenzaron a ensanchar ocupando los espacios que dejaba la esperanza de encontrarla. Después de tanto desquicio, decidí dar un paso al costado. No era rendirme, no, era volver a los hábitos normales de una persona de mi edad que tiene responsabilidades y obligaciones.
Mis días en la fábrica pasaron volando. Mis noches, por el contrario, se hicieron eternas y  cargadas de sensaciones de escasez. Las semanas se consumieron como cigarrillos en manos de adictos, mis ilusiones habían sido dilapidadas en mismo instante en que la realidad se empecinó en cachetearme una y otra vez desde su partida. Simplemente me deje llevar por la abrumadora secuencia que genera vivir siguiendo metódicamente y sin esperar nada más que el final del día para caer rendido sobre la almohada y viajar a un mundo de sueños donde, quizás, pudiera torcer mi existencia por un rato. Hasta aquella tarde de julio en que volví a esa esquina.
Pura casualidad, nada previsto ni deseado, debía pasar por unos resultados médicos a unas cuadras de esa tortuosa esquina. Y fue allí, en ese momento que volví a dar con ella, con la mujer perdida, con los viejos fantasmas y los miedos. Una foto suya, su boca, sus ojos, su pelo y su nombre encabezando los titulares de un diario local: “Muerte pasional”. Mi alma se estrujo y salió disparada de mí ser. Mis manos sudaban terror y mi cuerpo flaqueaba herido de muerte. Alcance a leer las primeras líneas de la bajada: “Una mujer de treinta y dos años fue encontrada en el dormitorio de su casa ahorcada. No quedan dudas del suicidio ya que dejo tres notas: una para la familia, otra para sus amigos y, la tercera, para un hombre que todavía no fue identificado…”

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Una esquina... Parte II



Un beso que duro lo que dura un suspiro. Nuestros ojos se encontraron, nuevamente, pero ninguno insistió en los labios del otro. Quería volver a intentarlo pero ella parecía no sentirme como alguna vez lo hizo. Ella, en cambio, sintió la urgencia a partir de su boca pero, por miedo, prefirió alejarse. Negar que esta realidad existiera. No quise instar. No se por qué. Solo, hice un paso atrás y me fui sobre mis pasos. Ella, al verme partir, solo atinó a balbucear un “no te vayas” pero la fuerza no estaba en sus palabras, su corazón mudo todavía no había aprendido a hablar.
La distancia que me empezó a separar del momento en que volvimos a besarnos no se daba por los metros que me alejaban del calor de sus labios,  no, la daba la sensación de lejanía con respecto a mi propia alma cuando se sintió tocada por la suya. Estuvimos tan cerca y ahora, en este instante que me retiro rememorando la dulzura de su ser, lejos como nunca antes lo habíamos estado.
Camine sin rumbo por varias cuadras, varias esquinas que me regalaron la dicha de perderme en mis pensamientos sin sentir el golpe que da la realidad al recibir un bocinazo o un insulto capaz de devolver la crueldad diaria. No se cuanto vague por los mares de mis dudas, solo se que llegue al pórtico de mis miedos para enfrentar, otra vez, los ojos que había añorado tanto. El estallido de mis sentimientos me obligó a correr tras los labios que hacia minutos había temido volver a sentir.  Corrí y corrí con desesperación, el pavor de que ella ya se hubiera ido me impulsaba a hacerlo mas rápido. El deseo de encontrarnos hacia que, prácticamente, volara.
Llegue a esa esquina, a la que nos había juntado por casualidad, y ya no estaba. Se había marchado. Mira para un lado y para el otro. Mire al cielo buscando una ayuda pero nada, ella había seguido con su vida y yo, otra vez, había dejado que se fuera sola por su camino.  Mis temores mas profundos se hicieron carne, mis dudas absolutas y mi cuerpo un lastre. Ella se había ido y yo, había quedado.

martes, 20 de noviembre de 2012

Una esquina... Parte I



Es la coincidencia la que nos reúne en esa esquina del barrio Del Abasto. Ella hace tiempo dejo de ser la mujer que recordaba. Yo, todavía soy lo que nunca quise ser. Pero ambos estamos allí, mirándonos, sorprendidos de la casualidad de haber hecho de nuestros tiempos el mismo para coincidir en el espacio. Nos miramos, sonreímos. No decimos nada, solo algunos gestos cómplices que rememoran lo que nuestros cuerpos han vivido. Mi saludo es tímido y retraído, como si fuera la primera vez que nos vemos. En cambio ella está mas suelta, sonríe y me besa en la mejilla. Como sucede siempre que encontramos a alguien que hace mucho no vemos, rememoramos la última vez que eso sucedió. Ella se acuerda de la película que vimos. Yo le recuerdo lo bella que estaba. Se excusa y agradece que mi memoria sea tan benevolente. Ninguno nombra el ultimo segundo donde tuvimos un mundo de por medio hasta este momento.
En ese repaso, aparece el instante en que nos despedimos, el momento donde nos vimos para que luego cada uno siguiera su camino hasta este instante donde la cercanía es inevitable y la ansiedad urgente. Mis manos evidencian, claramente, que un torbellino de dudas han colonizado cada rincón de mi ser. Ella, por su parte, se mantiene en calma, o eso parece, mientras habla y responde a cada palabra. La única muestra de debilidad es acariciarse su pelo constante e interminablemente. Para un lado y para el otro no deja de someterlo entre sus dedos. Yo, por mi parte, intento compaginar posibilidades e ideas que me remonten a márgenes favorables, a alguna forma que me acerca al pasado y a un futuro diferente de este presente lejos de ella. La había soñado tanto que aquí estaba pero, qué hacer ahora era el dilema.
Es en ese momento, cuando las dudas me colman, cuando su perfume dulce e intenso invade por completo mi cuerpo generando un recorrido audaz y veloz de mis sentimientos liberando la bestia que duerme en mí. La dejo ser, dejo que hable por mí y le confieso mis desventuras desde que se fue. Ella, sonríe y no dice nada. No es suficiente para mí. Le tomo la mano, dejando que mis urgencias asuman el control. Le repito, más intensamente, que mis sueños son ella, que esperaba verla. Ella ya no sonríe, aprieta mi mano y me acerca. Me arriesgo ya la beso. Y me besa…

martes, 6 de noviembre de 2012

Magnificencia



La  masa inmensa y redundante de agua no se calma,
la furia no se apaga con los galones que arrastran,
la belleza no se condensa,
el miedo se evapora,
la emoción se solidifica.
El agua arrasa y descuelga suspiros,
el lugar arranca sudor y desprende sonrisas,
un rincón que vuelca envidia y terror,
un espejo que no refleja,
un sonido que no se oye,
y la imagen que todo lo dice,
no hace falta mas,
no hace falta menos.
Somos tan pequeños e insignificantes
incomparables desde cualquier instancia,
desde cualquier extremo a la mano creadora.
Este show sin escenario pero lleno de espectáculo,
un lujo que regala la vida,
un milagro de esta tierra,
un regalo de otra era.
La masa inmensa y redundante de agua no se calma,
se repite a cada instante,
se repite y se repite
pero no cansa, no aburre,
ayuda a pensar y reflexionar,
a dudar y confiar,
a mirar y aprender,
a sentir que cada gota hace la caída diferente.