viernes, 5 de octubre de 2012

Una promesa



Todavía los libros de la buena memoria me desprenden las lágrimas que prometen. Algunas veces duelen los acordes cuando el ambiente está plagado de puñales expectantes de incrustarse en el alma de los andantes. A veces dudo si mi boca y mi voz podrán llegar allá. Dudo que tengan la fuerza para alcanzar las alturas porque en las profundidades ya estuve y no te encontraría jamás en esos parajes. Quizás si te escribo, si te pienso en las palabras que voy dibujando puedo traerte aquí otro rato. Se hace difícil, el mar no descansa y las aguas del olvido se hacen infranqueables.
Una garantía inescrutable de la vida es la muerte. Tremenda paradoja. La certeza de que todos iremos a parar allí hace que, invariablemente, inconsciente, o no, seamos participes de los miedos que producen el abandono temprano o, mucho peor, nuestra bajada abrupta de este mundo que tantas veces quisimos parar. Aquel que niegue el miedo al abismo miente. Aquel que afirme estar preparado para dar el paso, también. Nadie quiere morir. Nadie esta listo para irse. Por eso cada canto hace que tu gira se eterna, hace que tu voz se eterna y la luna siga sedienta de los viejos acordes.
Mientras el tallo crece en el nogal y la primavera avanza, sigo aquí, parado, esperando que el mar descanse y los tigres se vean en la lluvia. Todavía duele, todavía pesan las notas de los libros de la buena memoria que tan efectivamente cumplen con su letra y me hacen llorar.