Que
mirada cautivante. Diría que no solo es atrapante, es una trampa para que
los débiles caigamos rendidos ante ella. Es una tentación para los fuertes. O
los que eso se creen. Dudo que ellos, los irredentos, puedan mantenerse
erguidos frente a esos ojos. Dudo, incluso, de mi fortaleza frente a usted.
Frente a sus ojos. Pero, como lo ve, un atisbo de bravura desborda y hace que escriba y le
confiese mis pensamientos. Un poco de locura y mucho de sinceridad es lo que
acabo de hacer. Una declaración formal y abierta sobre los poderes absolutos
que posee la línea que forman los ojos cuando están dirigidos sobre alguien. O
algo. Esa fuerza que superaría cualquier barrera hace que los grandes tiemblen
y los chicos se enternezcan. Me permito dudar, nuevamente, de la capacidad de
mis letras para darle forma a lo que genera esa manera de mirar. No es fácil darle
sentido terrenal a algo que no porta nada salido de estas tierras imperfectas y
plagadas de vulgaridad. Al contrario, allí, donde nacen las lágrimas, se puede
ver que hay mucho más. Se puede ver con claridad y transparencia el alma. Se puede
entender porque no es de acá. Porque no consigo dar con las palabras exactas
para contar lo que allí habita. Tal vez debería dejar de decir y, simplemente,
dejarme caer allí, en esa mirada cautivante y celestial.
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